martes, 30 de diciembre de 2014

IMAGEN vs. PALABRA


MELODÍAS PARA SOÑAR



EL COMETA Y ÉL



Un día conoció un cometa. Llegó a él de improviso. Sin esperarlo para nada. A pesar de su desconfianza innata, le demostró que no era peligroso. No quemaba. No daba corriente. No pretendía llevarle por delante y arrastrarle fuera de su planeta.
No.
Se trataba de un cometa cuya órbita era enorme. De esos que pasan una vez en la vida, y que, o lo ves, o te lamentarás toda tu existencia por no haberlo contemplado.
Su cometa era así. Rápido y paciente. Brillante y considerado. Tentador y delicado.
Se acercó a él, sin esperar nada. Le enseñó su estructura, le mostró sus fallos, compartió sus virtudes y también sus debilidades.
Le descubrió la inmensidad del universo y que no  hay por qué temer a lo desconocido. Le animó a viajar y explorar otros parajes. Y, a pesar de sus temores a esos mundos extraños, encontró la manera de hacérselos atractivos y atrayentes.
Con él, el firmamento tomó una nueva forma, otra dimensión, distinto enfoque. Con él los miedos se tornaron retos, los tabúes se hicieron anhelos y las restricciones, posibilidades.
Ese cometa transformaba su concepto del mundo, descubría nuevos horizontes, provocaba nuevas sensaciones y hacía brotar desconocidas reacciones que, sin lugar a dudas, le atraían.
Un día, sin esperarlo, le invitó a irse con él.
Fue entonces cuando el mundo le dio un vuelco.

Sin pensarlo dos veces, subió a lomos de la luz y con él se fue.



MELODÍAS PARA SOÑAR


MELODÍAS PARA SOÑAR



GRANDES PENSAMIENTOS



EL "DESCONOCIDO"



Aquel día no estaba siendo bueno. 
Desde que se despertó esa mañana, una serie de indescriptibles acontecimientos se habían confabulado para hacerle desear no haberse levantado.
 Para empezar, le dolía fuertemente la espalda, probablemente a causa de la clase de aerobic, en el gimnasio el día anterior. 
Su cabello se mostraba más rebelde que otras veces, y eso le costó diez minutos más de secador, hecho que, asimismo, fue atrasando sus rutinas diarias. 
La Spathifhyllum presentaba un número preocupante de hojas de una tonalidad amarillenta, seguramente falta de abono, tendría que poner remedio a eso si no quería quedarse sin la planta que tanto le gustaba. 
La persiana del dormitorio había decidido no dejarse subir, lo que le costaría desmontarla uno de esos días para poder tener luz natural en la habitación. 
En el acuario, uno de sus preciosos y plateados peces escalares flotaba sospechosamente inmóvil en el agua. Recordó al instante que hacía unos días que no les ponía su comida. 
Para colmo, la noche anterior se había olvidado de recoger la ropa y, casualmente, aquella noche había llovido. Su bonito jersey color crema, que le había costado un dineral, estaba tendido allí afuera!
¿Podía pasarle algo más? 
La verdad es que sí. En el trabajo tampoco recibió rosas. Su jefe, más impertinente que nunca, le había llamado a su despacho cinco veces y sus quehaceres en la oficina habían crecido en cuestión de minutos. Su escritorio se había convertido en un conjunto de montañas de papeles, documentos y carpetas que debía ordenar, clasificar, corregir y verificar. Todo ello a solucionar antes del viernes. 
Y…¿qué día era? ¿Miércoles? 
Disponía tan sólo de un día para tenerlo todo a punto si no quería que la despidiesen.
Agradeció enormemente que llegase la hora de salir. Necesitaba aire, con urgencia, con delirio, con desesperación.
Nada más salir, el sol le inundó la cara. Lo agradeció. Al fin algo positivo en aquel día horrible a rebosar de contratiempos y desafortunados imprevistos.
El calor de los rayos del sol le llenó de vida. Y le dio un nuevo aire a su humor. En seguida se olvidó de su mal día. Enderezó su cuerpo y caminó animosa, resuelta y decidida a cambiar su jornada, a comerse el mundo. Le asomó una ligera sonrisa en sus labios.
En estos pensamientos iba cuando, al levantar la vista le vio. Era él. 
Pero no podía ser. 
En esos momentos debía estar a muchos kilómetros de allí. 
La verdad es que el parecido era asombroso y se permitió el lujo de  creer en la posibilidad que estuviese allí aún a sabiendas de que no era de ninguna de las maneras. 
El corazón se le paró para intentar seguidamente batir el récord de latidos por segundo. 
Qué guapo era. 
Aunque, a decir verdad, lo que más le gustaba de él no era su físico, que también aportaba lo suyo, claro. Le encantaba sobremanera cómo la trataba, cómo le hablaba, cómo, sin quererlo, o queriendo, quién sabe, iba conquistándola día a día.
En esos instantes su doble salía de una entidad bancaria, mirando hacia algo que llevaba en las manos. 
No se percató de ella. Pero el choque frontal era inminente. 
En vez de evitar el encuentro, pisó más firmemente aún, decidida a que él la mirase, se diese cuenta de su presencia, notase que estaba ahí.
En cuestión de segundos, él levantó la vista. 
Sus miradas se cruzaron. 
Durante unos momentos el cruce de miradas fue intenso, breve, pero profundo, lleno de insinuaciones, de provocaciones, de sensaciones. 
Hubo más que una mirada, fue más que una casualidad. De sus ojos emanó seducción, complicidad, fuego.

¿Pero cómo podía suceder aquello? 

No se trataba de un conocido. Lo único familiar es que era un clon de aquel que le llamaba la atención en desmesura. 
¿ Podría ser que el alma de aquel se hubiese trasladado a su doble en aquel momento? No tenía explicación.

Tras unos segundos más de penetrante contacto visual, apartó su vista, dibujando simultáneamente una sonrisa totalmente seductora.  Esa misma sonrisa también la sorprendió a ella misma, sin poder hacer nada para evitarla.
Siguieron caminando, evitando ligeramente el roce pero deseando fervientemente no librarse de él.
Cuando se encontraban a unos metros de distancia, espalda con espalda, ella sintió un impulso, como un querer verle por última vez. 
Probablemente no volvería a cruzarse con él y necesitaba ese último vistazo, precisaba una sensación final, un sentimiento concluyente de que verdaderamente le había llamado la atención por algo.
Sin pensarlo de nuevo, volvió la cabeza y, para su satisfacción, él también había hecho lo propio. De nuevo el cruce de miradas se hizo patente, y, una vez más, las dos sonrisas intercambiaron aquel hechizo que la había embaucado desde el primer momento.
El resto del día, fue una nube. 
Nada le amargó las horas siguientes a aquel instante. 
Nada le impidió sentirse inmensamente feliz.

La sorpresa la invadió aquella noche, cuando, como últimamente venía haciendo, habló con aquel que le atraía de un modo especial. 

Y, sin previo aviso, le dijo:

- En ocasiones los “desconocidos” provocan que volvamos  la mirada, cargada de mil palabras, y producen sonrisas que no se pueden controlar.






martes, 16 de diciembre de 2014

LA LADRONA DEL SUEÑO


Cuenta la leyenda que se descubrieron por casualidad.

Él calmaba su sed en un arroyo cristalino y, de repente se percató de que había una fuente de luz completamente  diferente a las que estaba habituado a ver todas las noches. Aquellas persistentes luciérnagas, si bien le iluminaban sutilmente el camino, le aburrían en desmesura, y, a menudo, le ponían nervioso, con su ir y venir constante. Eran algo desequilibradas, pensaba él con frecuencia. En cambio, aquella luz, aquella iluminación que acababa de descubrir era distinta, le transmitía  tranquilidad al mismo tiempo que  una dosis de misterio. Su reflejo, hizo que, instintivamente, elevase su mirada al cielo, para comprobar que sus sentidos no le engañaban. Y, efectivamente, no fue así. Allí estaba. Grande, brillante, silenciosa, plena y enigmática.

A pesar de autodenominarse “el nocturno”, ese apelativo únicamente era mero nombre, ya que presumía de ser lobo feroz, aunque cazaba a temprana noche. Según avanzaba la oscuridad, le embargaba un sopor y una somnolencia que le impedían mantenerse despierto durante la noche. Al alba, eso sí, solía madrugar y recorría su territorio sin cesar.

Pero esa noche, diferente en esencia, esa noche en la que algo nuevo reinaba a través del negror, le hizo sospechar que trasnocharía algo más. No se sentía con ánimo de cerrar los párpados sin descubrir los misterios de la luz.

Ella, prestigiosa guardiana de la noche, observaba y conocía todas y cada una de las criaturas de las sombras. A pesar de no dejarse ver más que en raras ocasiones, permanecía expectante y gozaba observando el devenir de los distintos seres, sin participar activamente, sin proporcionar o denegar ayuda alguna, sin delatar su presencia para nadie. Pero aquella noche algo la sacó de su anonimato. Una criatura nueva, o al menos, desconocida para ella, bebía del arroyo, ajena a su existencia. Le observó. Tenía porte elegante, fuertes patas, bello pelaje y, por desconocida razón, se le asemejó que debía ser de gran caballerosidad a la par que de una condición interesante y atrayente.

Permaneció vigilándole durante largo rato, hasta que algo hizo que  ese ser levantara la mirada y la dirigiera hacia ella.

-¿Quién eres? ¿Qué eres?- inquirió con una curiosidad desmesurada.

En sus oscuros ojos pudo ver una nobleza indescriptible y la sinceridad con la que preguntó, le ablandó el corazón.

-¿Y tú?, no te he visto con anterioridad….

-Yo soy un lobo. Vivo en este bosque desde hace tiempo  ya. Pero hasta hoy, yo tampoco te había visto nunca. ¿Has estado siempre ahí?

-Yo soy la luna. Sí. Vivo aquí desde el principio de los días. Pero es lógico que no me conozcas. No me dejo ver. En cambio, es extraño que tú me seas desconocido.

La luna pensó que debía ser una criatura muy insignificante como para que le hubiese pasado desapercibido. Pero al mismo tiempo sabía que no era así. Le llamaba la atención en gran medida. Sus silencios, sus palabras, sus respuestas.

Hablaron y hablaron hasta bien avanzada la noche, intercambiando opiniones, conociendo cada vez más el uno del otro, embriagándose el uno de su luz y la otra de su oscuridad.

Despidiéronse casi al alba, cuando el feroz lobo apenas se tenía en pie, ni podía mantener los párpados abiertos, pero era tal su embelesamiento ante la luna que no podía dejar de hablar con ella. Le permitió que le arrebatase el sueño a cambio de su palabra, de su compañía. Se buscaron la noche siguiente. Y la otra. Y la otra. Siempre había algo nuevo de qué hablar. Siempre algo novedoso para contar.

Unas noches era la luna la que brillaba más que nunca para llamar a su amigo el lobo. Otras era él, que desde lo alto de un cerro aullaba deseoso de hablar de nuevo con ella.

Es por eso, que las noches de luna llena, cuando más grande, más luminosa y más bella se halla la luna, el lobo aúlla sin dejar de observarla, le canta, le susurra y se deja robar el sueño, suplicándole que la noche siguiente le permita de nuevo disfrutar de su presencia.