"Que nunca te falte un proyecto que realizar, algo que aprender, un lugar a dónde ir... y alguien a quién amar".
martes, 15 de octubre de 2013
lunes, 14 de octubre de 2013
VI LLOVER
Esa tonadilla de la conocida canción de hace unas décadas, le había llamado
la atención siempre. Se imaginaba los sentimientos de esa situación, duros,
afilados, impotentes. Aunque jamás pudo pensar que esos mismos
pensamientos serían de su propiedad
algún día. Y, aún, reticente a creerlo, ese día, oscuro y gris, había llegado.
Llovía, allí afuera. Pero al mismo tiempo llovía dentro también. Lo que
sentía en esos momentos, después de largos días de silencios y de callados
gritos contenidos, comenzaba a desbordar por todos y cada uno de los poros de su piel. Su aguante,
sereno y fuerte, en un principio, su muralla, su coraza, aquella que la
mantenía a salvo de todo, se rompía, en cuestión de segundos. Se sorprendió
mirándola, hecha añicos en el suelo de la habitación, mojándose sin líquido
alguno, por el reflejo de las gotas de lluvia en el cristal de la ventana.
Se convirtió en vulnerabilidad pura, en deseo imperioso, tantas horas le
había echado de menos y se acumulaban en un único instante, ese mismo instante.
Lo que su cuerpo le anhelaba era el contacto, ya no un simple recuerdo, ya no
unas palabras al oído. Necesitaba su piel, su tacto, su olor, sus labios.
Presa de la desesperación, dejó de mirar por la ventana, volvió la cabeza,
hacia el interior de la habitación. Allí estaba la cama. Lugar donde tantas
veces habían pasado largas horas. Muda cómplice de tantos sentimientos, deseos,
placeres y pasiones. Ahora, vacía, inerte, sola. Le suplicaba un instante más,
un momento más, un episodio más.
Como movida por un resorte invisible, se dirigió hacia ella. Y, lentamente,
como si su vida dependiera de ello, se sentó, despacio, en cámara lenta, como
sintiendo cada uno de sus movimientos.
Se recostó, también muy despacio. El techo, en la penumbra, reflejaba
sombras dantescas de la lluvia en la ventana.
Progresivamente se abandonó a la imaginación. Dejó de estar sola en la
cama. Allí estaba él, por última vez. Con su torso desnudo, la observaba mientras
con sus manos recorría todo el contorno de su cuerpo, lenta y
parsimoniosamente, apenas rozando su piel con la yema de los dedos,
deteniéndose en algunos tramos, describiendo círculos concéntricos, para luego,
tras unos instantes, reanudar su trayectoria hacia el otro extremo.
Su respiración empezó a entrecortarse. Evidentemente, el contacto con su
mano no pasaba inadvertido, y la inquietud provocó el placer, y luego el deseo.
Los preliminares dieron paso a temas profundos y se sorprendió desnuda, encima
de las sábanas, junto a él, desnudo su cuerpo también, abrazados hasta lo
imposible, unidos en extremo, sintiéndose palmo a palmo, centímetro a
centímetro, sin dejar un hueco entre piel y piel. Sentía su calor, su
respiración, su excitación, su sentir. Sus manos, envolviendo su cuerpo le
proporcionaban la seguridad y el calor necesario para experimentar una paz
inmensa. Paz que contrastaba en desmedida con la exaltación de todos los
sentidos, con la entrega sin límite, sin medida, sin final.
Permaneció en ese estado durante largo rato, en éxtasis.
Al cabo de quién sabe cuánto, volvió a la realidad. Se sintió plena, pero
la fría y cruda realidad le devolvió una cama vacía, gélida. Abrazada a la
almohada, aún se atrevió a permanecer unos minutos más, como para intentar
incrustar aquellos instantes vividos en su mente, grabarlos en piedra,
cicatrizarlos en su piel.
Después se incorporó y se dirigió a la ventana de nuevo. Seguía lloviendo
fuera. Seguía lloviendo dentro. Aún así, se consoló pensando que, aunque fue en
su imaginación, le había vuelto a tener, a vivir, a sentir. Y, mirando hacia el
exterior, sin ver, retornó a la mente,
de nuevo, la tonadilla de aquella canción….
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