-Abuelo, por qué las olas vienen y van?
-Te refieres a por qué vienen y van sin descanso?
-Sí. ¿Cómo es que nunca se quedan quietas?
-Las olas son la vida que baña nuestra alma. Las olas nos
golpean y luego se disculpan. Nos traen desgracias y también alegrías. Nos van
desgastando y arrastran nuestros sueños.
-No lo entiendo, abuelo.
-Mira, acuérdate que a veces, cuando venimos a la playa al
atardecer, a pasear por la orilla, tú te diviertes jugando a buscar tesoros que
ha traído el mar. En ocasiones hallas restos de botellas, con las que has de
tener cuidado de no hacerte daño,
papeles y basura, que ensucian la arena, restos de peces, medusas y cangrejos,
con los que te apenas al pensar que están muertos.
-Sí, es muy triste ver todo eso, me hace sentir muy mal.
-Pero, hay otras tardes en que encuentras conchas de mil
colores, de mil formas, e imaginas lo que vas a construir con ellas, un
cohete, un caballo, un castillo…
También encuentras piedras como diamantes, como rubíes, como
esmeraldas, y tú te inventas un tesoro en una isla. Y otras muchas, chapoteas junto a bancos de infinidad
de diminutos pececillos que besan tus pies desnudos, y luego te retan a que los
persigas y te pasas corriendo el resto de la tarde salpicando aquí y allá. Lo
pasas muy bien entonces.
-Es cierto, abuelo. Esas son las mejores tardes. Vuelvo muy
contento a casa.
-Pues la vida es igual. A veces nos trae momentos tristes en
los que nos apenamos, y lloramos y nos enfadamos, y muchas otras nos regala
alegrías, belleza, diversión y bienestar. Las unas complementan a las otras.
Las unas viven gracias a las otras. Las unas
se valoran gracias a la presencia de las otras.
Las olas han de ir y venir, cada día, todos los días. Mientras
el mundo sea mundo.
Es su vida.
Es nuestra vida.