jueves, 3 de enero de 2013

QUÉ RAZÓN TIENEN...

Aquel ruidito , apenas imperceptible, le había pasado inadvertido desde quién sabe cuándo. Pero esa noche, por alguna razón, le sobresaltó. Era como un XOOF XOOF, seguido de un FRRRRSSSSS  e inmediatamente GROMMF, GROMMMF…
Se incorporó y prestó más atención. Lo último que había percibido se repetía y repetía. La curiosidad hizo su efecto y, embutiéndose en  sus zapatillas, inició su investigación. Hubo de coger una linterna, ya que la luz a las 3:45 de la madrugada era más que nula. Recorrió el pasillo sin nueva alguna, hasta que llegó a la puerta del aseo. Al pisar algo, casi perdió el equilibrio y enfocó la linterna al suelo. Se trataba de una especie de baba, azul-verdosa, de una textura semejante a la baba de caracol (quizás iría bien para su cutis, que empezaba a ajarse a causa de la edad). Descartó esa posibilidad y observó que aquella baba, formaba un camino que se dirigía a la cocina. Continuó avanzando y al alcanzar dicha estancia el sonido se hizo más palpable. Dudó entre volver a su cama y taparse, cabeza incluida y confiar en que lo que hubiese allí desapareciese, o iluminar lo que fuese y atenerse a las consecuencias.
Tras decidirse por lo segundo, se armó de valor y dirigió el haz de luz de su linterna hacia el interior de la cocina. Al principio no vio nada, la mesa, las sillas, el jarrón, la tele, la cafetera…todo parecía normal, pero, entonces dirigió luz y mirada algo más hacia la derecha, en dirección al lugar donde se emplazaba la nevera. Pudo ver que estaba semiabierta, aún no entendía como no se había percatado de su luz unos minutos antes. Pero eso no era lo más extraño. Justo delante de la nevera había algo. Algo vivo. Se quedó paralizado, boquiabierto, perplejo y desconcertado. Allí había un pequeño ser, no mucho más grande que un gato, pero permanecía medio sentado, o eso parecía. Era como una masa blancoazulada. Sin nada que se asemejase a extremidades, se erguía engullendo todo lo que obtenía de la nevera. En aquel instante estaba comiéndose la tortilla de patatas que tanto le había costado cocinar aquella misma tarde. De un solo envite, desapareció gaznate abajo.
Pareció no percatarse de su presencia, ya que siguió tragando y atiborrándose de todo lo que encontraba.  Cuando supuestamente se vio saciado, dejando la nevera prácticamente vacía, inició su rumbo hacia la puerta, rozándole apenas y dirigiéndose hacia el baño.
Petrificado, como se encontraba simplemente logró percibir el  ya familiar XOOF XOOF. Y luego nada.
Cuando hubo recuperado movilidad, unos minutos más tarde, con más miedo que vergüenza se asomó al baño, para comprobar que, efectivamente, no había rastro alguno de aquel ente. Alrededor de la taza de váter, cuya tapa estaba levantada, había salpicaduras de agua. Seguramente habría huido por allí.
Entonces, recordó. Él mismo se la había dejado abierta justo antes de acostarse. Si la hubiese cerrado, quizás aquello no hubiera emergido por allí.
Ahora lo entendía. De ahí que la gran mayoría de las mujeres se quejaban a sus maridos de que bajasen la tapa del váter. Probablemente para evitar esas nocturnas visitas fortuitas que acababan con la compra de todo el mes.

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