miércoles, 24 de abril de 2013

DESDE EL OTRO LADO (III)

En el escaparate de aquella vieja tienda podía ver a todos los niños que, deseosos por casi todo lo que le rodeaba en aquel lugar, apretaban sus naricillas contra el cristal. Con los ojitos desmesuradamente abiertos, escudriñaban cada rincón, mostrando sorpresa, admiración e ilusión, demostrando abiertamente el desea de poseer a cualquiera de sus compañeros y compañeras.
Cómo desearía poder salir de aquel lugar con uno de ellos. Desde el primer día es lo que había soñado. Mas no llegaba ese momento.
La mayoría de aquellos ávidos observadores desaparecían al cabo de unos minutos, algunos jugueteando, otros a regañadientes, de la manos de sus mamás. Y el cristal volvía a quedarse vacío, hasta una nueva oleada de infantes.
No fue hasta pasado un tiempo que llegó su momento. Justamente aquel día que oyó al dueño comentarle a la dependienta que iba a ser retirada del escaparate.
Cuando la tristeza y resignación ocupaban todo su ser, se percató que en el cristal, frente a ella, mirándole con unos ojos ilusionados y mostrando una sonrisa de oreja a oreja, había un niño. No debía tener más de ocho años, pero sus ojos no se apartaban de ella.
Tras decirle algo a quien debía ser su padre, desaparecieron de su campo de visión, para dirigirse a la puerta de entrada a la tienda.
Ding, ding ding, ding. Aquel sonido al entrar, se le antojó caprichoso ese día. Sin saber por qué, estaba nerviosa.
En unos pocos segundos, el amo de la tienda la asió entre sus manos y se la entregó al niño, de cara sonriente, aunque no tanto como la suya propia. El gran deseo de salir de la tienda estaba a punto de hacerse realidad.
El trayecto desde ya su antiguo hogar a la playa se le hizo eterno, pero al fin llegaron.
Era un día soleado, con la temperatura perfecta, el color adecuado y el aire idóneo para su gran exhibición.
Antes de que pudiera tomar conciencia de la excitación que sentía, notó como su cuerpo se hacía liviano, algo le empujaba desde abajo, instándole a elevarse más y más, hacia arriba, en pos de aquellas blancas y esponjosas nubes, que le saludaban alegremente. Podía notar la brisa por todo su ser, percibía el calor de los rayos del sol. Oía en su interior cantos angelicales que le inundaban hasta el éxtasis.
Sí, por fin. Su mayor anhelo, su deseo más ferviente, era ahora una realidad. Volaba, planeaba, jugaba con el aire, guiada por la cuerda que la ataba a la mano de aquel bendito infante que se fijó en ella.
Se sentía plena, eufórica, con una dicha indescriptible, hasta tal punto que, sorprendentemente, notó como empezaba a llorar.
Sí, derramaba lágrimas, señales inequívocas del mayor sentimiento explicable, y se abandonó al vaivén de la brisa.
Allá abajo, el niño exclamó:
-          Papá, me han caído algunas gotas. ¿Va a llover? No quiero irme a casa todavía.
-          No te preocupes, el cielo está radiante. No es lluvia, te lo habrás imaginado, puedes seguir jugando con tu cometa.

3 comentarios:

  1. Yo, de ir a parar al otro lado, me pediría ser raqueta de ping-pong.
    (...No pienses mal, que no es para dar ningún efecto extraño en las bolas...) XDDD

    En serio, ha estado chulo, ...muy mucho. Me ha parecido viajar a cuando aquellos 8 años escasos. :)

    ...Esperamos siguientes entregas desde este lado del escaparate. ;)

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    1. Todo se andará.... como siempre y como todo....

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  2. Quiero ser ese niño, esa cometa , ese cielo.

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