jueves, 19 de junio de 2014

¿POR QUÉ?


Era el menor de seis hermanos, cuatro chicos y dos chicas. Su infancia estuvo a rebosar de grandes momentos, la visión del nuevo mundo, sus primeros pasos, los instantes en que saciaba su hambre, el cariño y la dulzura de su madre, los juegos con sus hermanos y hermanas, e incluso, la relación con su padre, aunque habría sido siempre algo brusco con él.

Pero como en toda buena familia, no todo eran momentos agradables, y cuando contaba unos tres meses, sin previo aviso, fue separado de sus seres queridos y llevado a una nueva casa, con nuevas normas y nuevos miembros a quién conocer.

En seguida notó que era bien acogido, sobre todo por parte de aquel niño, de no más de diez años, que le recibió con los brazos abiertos y le ofreció todo su cariño.

Así transcurrieron unos años, llenos de júbilo. Acompañaba a su amo dondequiera que éste iba. Pero últimamente éste no le prestaba demasiada atención. Algunas veces pensó que si no hubiese sido porque él mismo le seguía, aquel niño, no tan niño ya, ni se hubiese acordado de él. Aún así, le quería.

No comprendió cómo aquella tarde, anunciando tormenta, le animaron a subir a la camioneta y le condujeron a un lugar en medio de la nada. Primero pensó que, sorprendentemente, querían jugar con él, ya que le lanzaron su pelota azul bien lejos, para que fuese a buscarla, como tantas otras veces. Pero mientras corría en su busca, oyó de nuevo el  motor de la camioneta, a sus espaldas.

Se detuvo en seco y volvió la mirada hacia atrás, para ver cómo se alejaba, a toda velocidad, dejándole allí, solo, con la única compañía de aquella pelota azul, con la que tantos ratos habían compartido juego.

Sin querer pensar en nada, se encaminó hacia ella, sólo estaba a unos pocos metros. Sin prisas la cogió con la boca y, de nuevo, miró atrás, como esperando ver a aquella persona que había querido tanto.

Ahora no estaba. Le había dejado allí. Le había abandonado.

Su vacío interior era tal que durante un buen rato se quedó allí, de pie, esperando, con la pelota en la boca, mirando hacia el lugar dónde hacía unos minutos estaba la camioneta.

A lo lejos se oían truenos, mientras empezaba a llover. Cuando, por fin, notando cómo el agua le resbalaba por su cara y por todo su cuerpo, reaccionó, dejó caer la pelota, y se dirigió hacia el tronco de un árbol cercano, para resguardarse de la lluvia. Allí se recostó, intentando entender, intentando comprender, intentando asimilar, preguntándose por qué, esperando quizás a que volviesen a por él. Ni se atrevió a volver por sus propios medios. Y esperó, y esperó.

Semanas después, un desconocido que acertó a pasar por allí, detuvo su coche al ver un bulto al pie de un árbol. Se apeó del vehículo y, al acercarse, vio que se trataba de un perro, ya sin vida. Probablemente, pensó, llevaba bastantes días allí. A unos metros, había una pelota azul.

Sin volver a pensar en él, volvió a su coche y prosiguió su viaje.


 

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