lunes, 30 de diciembre de 2013

SINCERIDAD



Tras mucho pensarlo y esperando el momento apropiado, se armó de valor, dejó de lado miedos y temores y, cogiendo al toro por los cuernos, toro que anunciaba una embestida mortal, le arrinconó en la habitación y le formuló la pregunta del millón.

-          ¿Tú me quieres?

Él, tomando aire, bajó la mirada y comenzó su réplica, mientras ella, a duras penas sujetaba su corazón dentro de su pecho.

-          Buena pregunta. Pero la respuesta es algo más compleja que un sí o un no.

Si quererte significa desear estar contigo inacabables momentos…sí, te quiero. Si es desear profundizar en caricias, sentir tu cuerpo, anhelar tu contacto y querer conservar tu aroma… sí, te quiero. Si te refieres a si me gusta explicarte vivencias, reírme contigo, bromear contigo, jugar contigo, en todos  los aspectos… sí, te quiero.

Pero decirte “te quiero”, creo que implica más que eso, es un compromiso de sentimientos y deseos que no puedo asumir. Al menos no en este instante.

Decirte “te quiero” significa romper al ciento por ciento con mi vida actual. Es dedicarme en cuerpo y alma a ti. Es nacer para ti.

No voy a decirte un “te quiero” a pedazos. No lo voy a hacer a plazos. No quiero hacerlo. Y, lo último que pretendo es hacerte daño diciéndote que no es así, porque tampoco sería cierto.

De modo que, viéndome incapaz de darte una respuesta clara y concisa, al contrario, una respuesta con diversidad de matices, la pregunta que me formulas, prefiero dejarla sin respuesta.

 

 

Cuando pronunció su última palabra, se sintió débil, muy débil. Y se desplomó sin aliento, en el suelo embaldosado, ante la mirada atónita de ella.

No pudo articular ni una palabra más. Quedó en silencio, un silencio ensordecedor. Tan solo  intercambiaron miradas vacías. Ambos supieron en ese instante que esas miradas eran el reflejo del fin de lo que un día hubo pero dejó de existir. Se había desvanecido, se les había escapado, como se escapa un puñado de arena entre los dedos.

 


 

 

 

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