jueves, 25 de abril de 2013

FUERA DE UNO MISMO

 Ralph era un soñador aventurero. Constantemente imaginaba lugares dónde le gustaría encontrarse, sitios dispares, a cuál de ellos más peculiar. Pero no sólo disfrutaba con el mero deseo de visitarlos, se obstinaba en intentar imaginar esa situación desde afuera, saliéndose de sí mismo, actuando como un observador externo a su persona, pero al mismo tiempo, siendo el protagonista.
Pretendía tener una visión onírica, de su propia aventura. Esto requería bastante esfuerzo por su parte, ya que era complicado discernir los sentimientos y las sensaciones vistas exteriormente y experimentarlas, al mismo tiempo, internamente.
En una ocasión imaginó la escalada a un volcán, en inminente erupción. Se vio llegando al mismo borde del cráter, en el instante en que la tierra rugía y vomitaba todas sus entrañas. Obviamente, el magma cubrió su cuerpo y él se observó momento a momento, hasta quedar calcinado del todo. Le resultaba excitante esa sensación.
Esta extravagante costumbre, algo macabra en ocasiones, aumentó paulatinamente, según avanzaban los días, hasta tal punto que dejó de relacionarse con el mundo. Apenas dormía, apenas comía, apenas vivía.
Todo su tiempo lo dedicaba a ese estado de éxtasis, en el cual se evadía de todo lo terrenal.
La concentración y ensimismamiento era tal que, en algunas ocasiones, tuvo serios problemas para desconectar del sueño y volver a la realidad, con el agravante de sufrir la suerte de su “yo” protagonista.
Su gran aventura tuvo lugar en la nave espacial de unos extraterrestres, de quién sabe qué lejano planeta. Se vio en una camilla, tras haber sido objeto de una abducción. Envuelto en ropajes blancos, rodeado de paredes blancas, luces blancas, e incluso pequeños hombrecillos también blancos. Luchaba por desasirse de una especie de grilletes fotovoltaicos en muñecas, tobillos y cuello, que le mantenían inmóvil, mientras uno de aquellos seres, blandiendo un instrumento en una de sus cinco extremidades, a modo de pistola, le inyectaba algún tipo de chip localizador, inhibidor o estimulador, en el interior de su antebrazo izquierdo, dejándole una generosa marca rojiza de forma romboidal. Al mismo tiempo, subcutáneamente, se distinguía un mecanismo esférico, con una tenue luz intermitente de color violeta. El dolor que sintió al ser inoculado hizo que su yo exterior emitiese un grito del mismo calibre que el protagonista.
Llegado a este punto, como si de un ritual se tratase, decidía abandonar la aventura,  mas le fue del todo imposible. Por más que intentó salirse del personaje, seguía tumbado en aquella camilla, luchando por desatarse y huir de allí.
De repente, aquellos alienígenas se pusieron nerviosos, corrían de un lado a otro. Las paredes de la nave comenzaron a agrietarse y en unos pocos segundos, explotó.
Sintió un dolor punzante en el pecho. Creyó que no saldría de aquello. Y, de pronto, en medio de aquel ruido ensordecedor, del fuego y el humo y los mil pedazos de la nave, se quedó todo en silencio.
Se sorprendió, sentado en el salón de su casa, sin rastro alguno de nave, extraterrestres ni explosión.
Se alegró de haber vuelto. Y empezó a plantearse el seguir con la práctica de esa extravagancia. Empezaba a ser peligroso, además de extremadamente real. Ahora lo sentía en su propia piel.
En estas cavilaciones estaba cuando notó un pinchazo en su brazo. Buscó la procedencia de ese dolor y descubrió, para su asombro una  marca, rojiza, romboidal, en su antebrazo izquierdo. Además, por debajo de la piel se iluminaba una pequeña luz intermitente de color violeta.

miércoles, 24 de abril de 2013

IMAGEN vs. PALABRA

GRANDES PENSAMIENTOS

IMAGEN vs. PALABRA

MELODÍAS PARA SOÑAR

DESDE EL OTRO LADO (III)

En el escaparate de aquella vieja tienda podía ver a todos los niños que, deseosos por casi todo lo que le rodeaba en aquel lugar, apretaban sus naricillas contra el cristal. Con los ojitos desmesuradamente abiertos, escudriñaban cada rincón, mostrando sorpresa, admiración e ilusión, demostrando abiertamente el desea de poseer a cualquiera de sus compañeros y compañeras.
Cómo desearía poder salir de aquel lugar con uno de ellos. Desde el primer día es lo que había soñado. Mas no llegaba ese momento.
La mayoría de aquellos ávidos observadores desaparecían al cabo de unos minutos, algunos jugueteando, otros a regañadientes, de la manos de sus mamás. Y el cristal volvía a quedarse vacío, hasta una nueva oleada de infantes.
No fue hasta pasado un tiempo que llegó su momento. Justamente aquel día que oyó al dueño comentarle a la dependienta que iba a ser retirada del escaparate.
Cuando la tristeza y resignación ocupaban todo su ser, se percató que en el cristal, frente a ella, mirándole con unos ojos ilusionados y mostrando una sonrisa de oreja a oreja, había un niño. No debía tener más de ocho años, pero sus ojos no se apartaban de ella.
Tras decirle algo a quien debía ser su padre, desaparecieron de su campo de visión, para dirigirse a la puerta de entrada a la tienda.
Ding, ding ding, ding. Aquel sonido al entrar, se le antojó caprichoso ese día. Sin saber por qué, estaba nerviosa.
En unos pocos segundos, el amo de la tienda la asió entre sus manos y se la entregó al niño, de cara sonriente, aunque no tanto como la suya propia. El gran deseo de salir de la tienda estaba a punto de hacerse realidad.
El trayecto desde ya su antiguo hogar a la playa se le hizo eterno, pero al fin llegaron.
Era un día soleado, con la temperatura perfecta, el color adecuado y el aire idóneo para su gran exhibición.
Antes de que pudiera tomar conciencia de la excitación que sentía, notó como su cuerpo se hacía liviano, algo le empujaba desde abajo, instándole a elevarse más y más, hacia arriba, en pos de aquellas blancas y esponjosas nubes, que le saludaban alegremente. Podía notar la brisa por todo su ser, percibía el calor de los rayos del sol. Oía en su interior cantos angelicales que le inundaban hasta el éxtasis.
Sí, por fin. Su mayor anhelo, su deseo más ferviente, era ahora una realidad. Volaba, planeaba, jugaba con el aire, guiada por la cuerda que la ataba a la mano de aquel bendito infante que se fijó en ella.
Se sentía plena, eufórica, con una dicha indescriptible, hasta tal punto que, sorprendentemente, notó como empezaba a llorar.
Sí, derramaba lágrimas, señales inequívocas del mayor sentimiento explicable, y se abandonó al vaivén de la brisa.
Allá abajo, el niño exclamó:
-          Papá, me han caído algunas gotas. ¿Va a llover? No quiero irme a casa todavía.
-          No te preocupes, el cielo está radiante. No es lluvia, te lo habrás imaginado, puedes seguir jugando con tu cometa.

DESDE EL OTRO LADO II (EROTISMO EFÍMERO)

 Tras larga espera, llegó el gran momento. Durante todo el día había estado esperando aquel instante en el que sería suya otra vez. Aguardó en la fría soledad del lugar, escuchando el canto de los pájaros, a lo lejos, a través de las blancas y alicatadas paredes. Oyó el constante rumor del tráfico, y siguió anhelando el momento. Le alentaba saber que, noche tras noche, allí estaba ella. Y la hora en cuestión estaba a punto de acontecer.
El chirriar de la puerta le dio el agradable aviso de que el ritual daba comienzo. Sintió un desasosiego y un calor intenso difícil de describir. Pacientemente, observó cómo se despojaba de su ropa, hasta quedarse totalmente desnuda. La miró con calma, deleitándose en cada uno de sus detalles, en cada una de sus insinuantes curvas. Era bella, provocadora, perfecta.
Como cada noche, ella se acercó a él y le tocó. Y este simple hecho le provocó un estremecimiento. Y como cada noche él dio lo máximo, el todo por el todo, sobre el todo. Inició su recorrido, ya habitual, por el cuello, donde sabía que ofrecía gran placer, suave, despacio, rodeándolo por entero, abrazándolo en su totalidad, para proseguir su camino hacia el rostro, perfilando todos y cada uno de sus rincones, deteniéndose en los labios, carnosos y sensuales, unos segundos más, acompañando a sus delicados dedos. Sus ojos, sus mejillas, y volvió de nuevo al cuello, aunque esta vez de paso, cruzó el límite y se adentró en la locura de su pecho. Dulcemente rodeó sus senos, parsimoniosamente, centímetro a centímetro. Primero uno, luego el otro, y otra vez volvió al primero, que, supuestamente celoso se erguía llamando la atención descaradamente. Le consintió ese deseo.
Envolvió su torso al completo, recorriendo espalda, hombros y brazos, y , por enésima vez retornó a las cumbres y las acarició sin fin.
Tras esos instantes de placer, comenzó el descenso hacia lo más preciado. En comunión con sus níveas y delicadas manos, recorrió todo su paisaje, muy lentamente, descansando a la par que ella, en aquellos parajes que le causaban una sensación especial, el justo tiempo para hacerle incluso gemir. Cómo disfrutaba esos minutos…
Acarició la totalidad de su ser, incluso sentía la alucinación de haber penetrado en su interior, y, asimismo haberla mimado desde dentro.
Hasta que, de nuevo, como cada noche, llegó la arpía. Tibia, y al mismo tiempo fría y calculadora, con esos aires de superioridad y voluntad de finalizar todo, con el empeño incesable de deshacerse de él, de hacerle desaparecer. Afortunadamente sin vedarle la oportunidad de llevarse consigo el perfume de su musa, su aroma, su esencia.
Nuevamente, en una oleada, arrasó todo en su recorrido, su erótico devenir, que tocó a su fin, sin dejar huella alguna de su paso por el cuerpo de la diosa. Y desapareció contra su voluntad por el desagüe. El gel que todo lo tuvo, se extinguió, una noche más, a manos de la malévola agua, que le persiguió hasta erradicarlo, reinando una vez más sobre el cuerpo desnudo de la mujer, dominando el territorio que le había pertenecido por unos instantes.
Y, de nuevo, veinticuatro horas más para esperar, veinticuatro horas más…. Y sería suya otra vez.

viernes, 5 de abril de 2013

LUNA LUNERA

 Y la luna buscaba curiosa su reflejo en el río, más por alguna razón que se escapaba a su entendimiento, éste no aparecía.
-¿Por qué?-se preguntaba extrañada-¿Qué debe acontecer hoy para que tú, río amigo, compañero incondicional de tantas noches desde el principio de los tiempos, me niegues tu reflejo? Ni siquiera me permites contemplar tu rostro, que, a fin de cuentas, mío es.
El río permaneció en silencio mientras la recelosa luna se desbordaba en reclamaciones, justificaciones y explicaciones de tan curioso acontecimiento. Largo rato elucubró y vociferó en suplicante queja.
Cuando por fin, exhausta y decepcionada ante su silencioso compañero contuvo su malhumor, el río inició su discurso.
... -Luna amiga, compañera asidua, oyente sin igual, oradora excepcional, en verdad me sorprendes inquiriendo de ese modo lo que acabo de oír. ¿Tan absorta en tu belleza estás que ni siquiera te has percatado de lo que tiene lugar en tu devenir?. ¿Tan ensimismada estás en observar y analizar dicha y desdicha del resto del mundo que no te has observado a ti misma con detalle?.
De naturaleza es que cada 28 días escondas tu cara y no me permitas verla. De culpable me tachas ignorante de los fenómenos naturales.
A menudo deberíamos buscar responsabilidades y respuestas en nosotros mismos, antes de hacerlo en terceros. Nos sorprenderíamos al ver que nuestros problemas son de más fácil y rápida solución.