Tras la nada, después de las profundidades, un atisbo de luz logró abrirse paso por entre las masas gelatinosas de oscuridad.
Con sus valerosos brazos logró atravesar la fuerza que le oprimía.
Primero uno, luego el otro, y, por fin, de cuerpo entero, el astro rey consiguió su cometido.
Tras expulsar gallardamente a las tinieblas a las alturas lejanas, se exhibió, con orgullo, ante la faz de la tierra.
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