Siempre le había llamado
la atención. Incluso llegó a pensar que antes de conocerla, anteriormente al
inicio del curso, ya sentía ese morbo que a día de hoy le desbordaba por cada
centímetro de su piel.
Agradeció a saber a quién,
el hecho de haber podido matricularse en aquella asignatura de biología
avanzada, y así, haberla conocido.
Aquella tarde, asistió de
nuevo, con una inquietud nueva, que incluso le sorprendía a él mismo. Desde
hacía unos días, ella le había regalado un par de miradas más insinuantes de lo
habitual. En realidad, lo normal era que no le mirase, hasta hacía una semana
aproximadamente, en la que, como por
arte de magia, se había percatado de su presencia y desde entonces, las clases
parecían dirigidas exclusivamente a él.
La lección avanzó lo que
estaba programado, pero en la mente de él todo tomaba forma, ya no le
interesaba la química orgánica, los alcoholes y la glucosa. Su lugar lo había
ocupado por completo aquella mujer.
Al terminar la clase, y,
tras una última mirada provocadora, avanzó hacia ella y le pidió una tutoría.
Todo era mirarla, y se descomponía. Sus labios se movieron sensualmente para
pronunciar una hora en su despacho.
Todavía no se lo creía.
Los nervios se le disparaban. No sabía exactamente lo que le producía su
cercanía, pero no era miedo precisamente. Pensó que debería prepararse una
excusa para romper el hielo. Si ella se percataba que no había tema, le echaría
del despacho de inmediato.
En cuanto concretó la
consulta, tras unos diez minutos inacabables de dura espera hasta la hora
convenida, se dirigió al despacho de la profesora.
En el pasillo, la demora
se hizo eterna, a pesar de que tan sólo hubo de esperar unos instantes en el
exterior, antes de que la puerta se abriese para dejar paso a la gran diosa.
Pensó que, posiblemente,
ella también desease aquel encuentro, aún ajena al motivo real que le movía.
En el umbral de la
puerta, sinuosa cual serpiente en un árbol, se movió indicándole con un simple
pero intenso gesto con la mirada que la siguiese al interior del despacho.
Toda la valentía que le
caracterizaba, se había desvanecido, sintió miedo, al mismo tiempo que un deseo
desbordante, que le recorría el cuerpo, que le decía a gritos que debía hacer
suya aquella mujer, costase lo que costase. Se había convertido en una
necesidad imperiosa, era cuestión de vida o muerte, o la conseguía o se
arrepentiría toda su vida.
Frente a él, como si el
tiempo se hubiese detenido, estaba ella. Le miraba, atravesándole con aquellos
negros ojos almendrados. ¿Por qué se le asemejaba que se había vestido para él?
¿Acaso sospechaba que sus intenciones estaban muy lejos de una simple tutoría?
Lucía un vestido negro,
ceñido, dejando ver lo justo pero suficiente como para elevar su deseo a la
máxima potencia.
Intentó pronunciar una
palabra. Sorprendentemente no brotó nada de sus labios. No conseguía exhalar ni
un solo sonido. Todo él era deseo. Nulo para cualquier otra acción que no
tuviese que ver con hacer suya aquella mujer que le observaba, ahora con mirada
de asombro.
Por un momento se sintió
mezquino, y decidió confesarle sus intenciones, aún a riesgo de ser expulsado y
acusado de acoso. Para su asombro, tras hacerle partícipe de sus apetitos más
profundos, la profesora, no se escandalizó. Todo lo contrario, se sintió muy halagada.
Mostrándose aún más cercana e insinuadora, se aproximó a él, dejando apenas
milímetros entre ambos cuerpos, rozó con sus labios los de él, aumentando el
delirio a límites insospechados.
La provocación tuvo su
premio. En unos instantes, ese leve contacto desencadenó en un frenesí
desmesurado, faltó tiempo para despojarse de ropas y atuendos. La mesa del
despacho volcó papeles, lámpara y demás artilugios en el suelo, para dejar
sitio a los dos cuerpos, sin ropa ya, envueltos en deseo, pasión, fogosidad y
ardor.
Únicamente el encargado
de limpieza pudo haber oído los sonoros empaques contra la mesa y los
apasionados gemidos de ambos.
El éxtasis fue colosal y
tras la subida a la cima y la erupción volcánica, a la llegada del relax se quedaron quietos,
callados y quizás algo avergonzados.
Con un simple “Ha sido
fantástico” por parte de él, un “excepcional” que surgió de ella y un apenas
perceptible “ Hasta luego” de los dos, él se vistió lo más rápido que pudo y
abandonó el despacho, dejando una mujer también a medio vestir y con una
sensación de incredulidad, pero de satisfacción indescriptibles.
Al día siguiente,
únicamente se dirigieron una mirada furtiva, pero que a ambos les produjo una
pequeña sonrisa y un fugaz recuerdo del día anterior, en el que el deseo se
convirtió en fuegos artificiales.
Y la clase dio comienzo
como otro día cualquiera.
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