Abrí los ojos. De
repente, aquel sueño tan maravilloso en el que todo parecía ir bien, dio paso a
la cruda realidad. Momentáneamente, el penetrante taladro había cesado. Quizás
esa fue la razón del sobresalto, poder oír de nuevo el silencio.
Permanecí inmóvil, apenas
pestañeando, apenas respirando, intentando escuchar el más mínimo resquicio del
constante avanzar de las máquinas, en el exterior, a escasos metros de dónde yo
me encontraba.
Aún no entendía cómo me
había dormido, cómo podía haber conciliado el sueño en semejante situación,
pero llevaba demasiadas horas despierto y el cansancio me había vencido.
Calculé que quizás había estado descansando no más de una hora, por lo que el
avance de las máquinas había progresado una puerta.
Ya sólo nos quedaban dos.
En cuestión de minutos
nos percatamos que la única barrera entre los seis supervivientes y el dominio
de la inteligencia artificial recaía en una puerta metálica y blindada de no
más de cinco centímetros de grosor, que acabaría por caer en breves momentos.
Nos miramos los unos a
los otros, mientras los puntos incandescentes, cada vez de mayor tamaño, en la
puerta, aumentaban y aumentaban, dando paso a una marabunta de máquinas de todo
tipo y dimensión, deseosa de penetrar, en ardiente fervor de erradicar el
último vestigio de la raza humana sobre la faz de la Tierra.
Todo fue repentino. Nos
abrazamos en un rincón, sin apenas mirar cómo la gran avalancha cibernética
entraba en el recinto y se dirigía a gran velocidad hacia nosotros.
Intenté no pensar, me
propuse evadirme de aquel lugar, y llegué a un estado de concentración
desconocido, desproporcionado. Sentí, aún sin verlo, una especie de aureola
rodeando todo mi cuerpo. Noté cómo irradiaba energía, en términos insospechados,
en potencia desorbitante, en emanación
continua.
Esos segundos entre la
vida y la muerte parecían alargarse más de lo esperado. Después de un estruendo
inexplicable, me atreví a dirigir la mirada hacia, posiblemente, mi última
visión.
¿Existen los milagros?
Aún no entiendo lo ocurrido. Todo el suelo estaba plagado de mecanismos
inconcebiblemente fuera de combate, desactivados, “out of order”. Y en aquel
rincón, todavía sin creerlo, nosotros, seis personas, tres mujeres, dos hombres
y un niño, con gran perplejidad, pero con el sentimiento de victoria, de haber
renacido a un nuevo mundo, probablemente sin máquinas, y con un futuro posible,
en el que perpetuar, de nuevo, la humanidad.
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