Aún no sabía cómo ni cuándo
había tomado la decisión, pero en aquellos instantes se encontraba en el
aeropuerto, esperando un avión... y a alguien más.
Se había propuesto evadirse por un tiempo, ¿una semana?...¿quizá dos?, o puede que un mes. La cuestión es que necesitaba irse lejos, deshacerse por una temporada de su rutina, de sus responsabilidades, de la monotonía que le oprimía el alma, de sus propios sentimientos que, desde hacía ya, pululaban a su antojo, y la tenían en una constante contradicción. Le producían infinidad de instantes en los que se sentía vulnerable, impotente y, en definitiva, triste.
Así que tomó esa determinación de repente, un impulso al que no estaba acostumbrada dentro de su ordenada, estable y cuadriculadamente aburrida vida. Fue ese amigo, con el que hablaba de tanto en tanto, uno que destacaba entre los pocos demás, que a saber por qué razón hizo que acabase de decidirse y se embarcase en aquella aventura que estaba a punto de dar comienzo.
Impaciente, aguardaba en un extremo de la sala de espera, mirando ora a la puerta de embarque ora al otro lado de la sala, por dónde iban llegando los diferentes viajeros. Sentía cierto desasosiego, en parte producido por el hecho de aquel atrevimiento, y en parte, quizás en mayor medida, porque estaba a punto de comenzar unas "vacaciones en compañía". Y eso la ponía nerviosa.
Anunciaron su vuelo. En cuestión de minutos debía embarcar por la puerta 3. Esto la sobresaltó. Su acompañante aún no había aparecido. Y el pensar en que quizás se hubiese arrepentido empezó a cobrar forma en su mente.
Se encaminó hacia la puerta de embarque. Ya en la cola, volvió a dirigir su mirada hacia el otro extremo. Innumerables turistas iban y venían. Algunos hacia su mismo destino, otros hacia otros muchos desconocidos.
Entonces le vio.
Se había propuesto evadirse por un tiempo, ¿una semana?...¿quizá dos?, o puede que un mes. La cuestión es que necesitaba irse lejos, deshacerse por una temporada de su rutina, de sus responsabilidades, de la monotonía que le oprimía el alma, de sus propios sentimientos que, desde hacía ya, pululaban a su antojo, y la tenían en una constante contradicción. Le producían infinidad de instantes en los que se sentía vulnerable, impotente y, en definitiva, triste.
Así que tomó esa determinación de repente, un impulso al que no estaba acostumbrada dentro de su ordenada, estable y cuadriculadamente aburrida vida. Fue ese amigo, con el que hablaba de tanto en tanto, uno que destacaba entre los pocos demás, que a saber por qué razón hizo que acabase de decidirse y se embarcase en aquella aventura que estaba a punto de dar comienzo.
Impaciente, aguardaba en un extremo de la sala de espera, mirando ora a la puerta de embarque ora al otro lado de la sala, por dónde iban llegando los diferentes viajeros. Sentía cierto desasosiego, en parte producido por el hecho de aquel atrevimiento, y en parte, quizás en mayor medida, porque estaba a punto de comenzar unas "vacaciones en compañía". Y eso la ponía nerviosa.
Anunciaron su vuelo. En cuestión de minutos debía embarcar por la puerta 3. Esto la sobresaltó. Su acompañante aún no había aparecido. Y el pensar en que quizás se hubiese arrepentido empezó a cobrar forma en su mente.
Se encaminó hacia la puerta de embarque. Ya en la cola, volvió a dirigir su mirada hacia el otro extremo. Innumerables turistas iban y venían. Algunos hacia su mismo destino, otros hacia otros muchos desconocidos.
Entonces le vio.
Entonces respiró.
Sintió que todo volvía a
su lugar. Aunque él no la divisó al principio, no tardaron en cruzar la mirada.
Sonrieron. Y él caminó hacia ella.
Al llegar a su lado, dudaron. Cayeron en la cuenta de que, en realidad nunca se habían visto en persona, nunca habían notado contacto físico entre ellos, nunca se habían mirado a los ojos si no era a través de la pantalla de un ordenador, e incluso eso, también había sido poco frecuente.
Se quedaron paralizados unos instantes. Ninguno de los dos sabía el modo de saludarse, por primera vez, en directo.
Ella salió de ese estado catatónico en primer lugar y, con una sonrisa nerviosa, acercó su cara a la de él, para darle un par de besos en la mejilla. Se dio cuenta que era más alto de lo que se había imaginado, por lo que hubo de ponerse ligeramente de puntillas, al tiempo que él reaccionaba y se inclinaba hacia ella.
De repente, notó una mano en su cintura. Tal y como tenía costumbre de saludarla!. Recordó que infinidad de veces se habían despedido de ese modo. "...Acércate...mano en la cintura...y beso.."...a veces casto y puro en la frente, otras algo más atrevido en los labios, e incluso, en alguna ocasión, se había aventurado a enviarle alguno en tono algo más lascivo. Todos habían sido bien recibidos y habían provocado una sonrisa y un sentimiento de bienestar que le encantaba.
Y en ese momento, era real. Se sentía turbada, emocionada y nerviosa.
Por fin, tras el último aviso de embarque, que les hizo volver a la realidad, subieron al avión.
Buscaron su asiento. Ella eligió ventanilla. A pesar de que el avión le causaba siempre respeto, una vez arriba, le gustaba mirar desde lo alto y ver el paisaje pequeñito allá a lo lejos. Era como ver un mapa en realidad.
Aunque en ese viaje estaba segura que no iba a mirar demasiado por la ventanilla, a pesar de que les quedaban siete horas por delante!.
El viaje fue muy entretenido. No hubo tiempo para aburrirse. Hablaron y hablaron, rieron y se explicaron mil cosas.
Incluso cuando anunciaron el inminente aterrizaje llegaron a pensar que el viaje había sido corto.
El aeropuerto estaba a rebosar.
Playa bonita…Las Terrenas…Rep. Dominicana....
Los días que les esperaban allí solo auguraban momentos increíbles e inolvidables......
Al llegar a su lado, dudaron. Cayeron en la cuenta de que, en realidad nunca se habían visto en persona, nunca habían notado contacto físico entre ellos, nunca se habían mirado a los ojos si no era a través de la pantalla de un ordenador, e incluso eso, también había sido poco frecuente.
Se quedaron paralizados unos instantes. Ninguno de los dos sabía el modo de saludarse, por primera vez, en directo.
Ella salió de ese estado catatónico en primer lugar y, con una sonrisa nerviosa, acercó su cara a la de él, para darle un par de besos en la mejilla. Se dio cuenta que era más alto de lo que se había imaginado, por lo que hubo de ponerse ligeramente de puntillas, al tiempo que él reaccionaba y se inclinaba hacia ella.
De repente, notó una mano en su cintura. Tal y como tenía costumbre de saludarla!. Recordó que infinidad de veces se habían despedido de ese modo. "...Acércate...mano en la cintura...y beso.."...a veces casto y puro en la frente, otras algo más atrevido en los labios, e incluso, en alguna ocasión, se había aventurado a enviarle alguno en tono algo más lascivo. Todos habían sido bien recibidos y habían provocado una sonrisa y un sentimiento de bienestar que le encantaba.
Y en ese momento, era real. Se sentía turbada, emocionada y nerviosa.
Por fin, tras el último aviso de embarque, que les hizo volver a la realidad, subieron al avión.
Buscaron su asiento. Ella eligió ventanilla. A pesar de que el avión le causaba siempre respeto, una vez arriba, le gustaba mirar desde lo alto y ver el paisaje pequeñito allá a lo lejos. Era como ver un mapa en realidad.
Aunque en ese viaje estaba segura que no iba a mirar demasiado por la ventanilla, a pesar de que les quedaban siete horas por delante!.
El viaje fue muy entretenido. No hubo tiempo para aburrirse. Hablaron y hablaron, rieron y se explicaron mil cosas.
Incluso cuando anunciaron el inminente aterrizaje llegaron a pensar que el viaje había sido corto.
El aeropuerto estaba a rebosar.
Playa bonita…Las Terrenas…Rep. Dominicana....
Los días que les esperaban allí solo auguraban momentos increíbles e inolvidables......
Yo me he sentido más de una vez así. Con ganas de evadirme, coger un avión y volar unos dias lejos de aquí, pero te paras a pensar y ves que no puedes...
ResponderEliminarQuizá ahora sí. Ya con ella con cierta edad y autónoma podría.
Un saludo, un abrazo o un beso, ya sabes que te toca elegir...