Un día conoció un cometa. Llegó a él de improviso. Sin
esperarlo para nada. A pesar de su desconfianza innata, le demostró que no era
peligroso. No quemaba. No daba corriente. No pretendía llevarle por delante y
arrastrarle fuera de su planeta.
No.
Se trataba de un cometa cuya órbita era enorme. De esos que
pasan una vez en la vida, y que, o lo ves, o te lamentarás toda tu existencia
por no haberlo contemplado.
Su cometa era así. Rápido y paciente. Brillante y
considerado. Tentador y delicado.
Se acercó a él, sin esperar nada. Le enseñó su estructura,
le mostró sus fallos, compartió sus virtudes y también sus debilidades.
Le descubrió la inmensidad del universo y que no hay por qué temer a lo desconocido. Le animó
a viajar y explorar otros parajes. Y, a pesar de sus temores a esos mundos
extraños, encontró la manera de hacérselos atractivos y atrayentes.
Con él, el firmamento tomó una nueva forma, otra dimensión,
distinto enfoque. Con él los miedos se tornaron retos, los tabúes se hicieron anhelos
y las restricciones, posibilidades.
Ese cometa transformaba su concepto del mundo, descubría
nuevos horizontes, provocaba nuevas sensaciones y hacía brotar desconocidas
reacciones que, sin lugar a dudas, le atraían.
Un día, sin esperarlo, le invitó a irse con él.
Fue entonces cuando el mundo le dio un vuelco.
Sin pensarlo dos veces, subió a lomos de la luz y con él se
fue.
Lo bonito del firmamento es q cuanto mas se conoce , mas se sabe q falta por descubrir y mas estimulante es .
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