martes, 30 de diciembre de 2014

EL "DESCONOCIDO"



Aquel día no estaba siendo bueno. 
Desde que se despertó esa mañana, una serie de indescriptibles acontecimientos se habían confabulado para hacerle desear no haberse levantado.
 Para empezar, le dolía fuertemente la espalda, probablemente a causa de la clase de aerobic, en el gimnasio el día anterior. 
Su cabello se mostraba más rebelde que otras veces, y eso le costó diez minutos más de secador, hecho que, asimismo, fue atrasando sus rutinas diarias. 
La Spathifhyllum presentaba un número preocupante de hojas de una tonalidad amarillenta, seguramente falta de abono, tendría que poner remedio a eso si no quería quedarse sin la planta que tanto le gustaba. 
La persiana del dormitorio había decidido no dejarse subir, lo que le costaría desmontarla uno de esos días para poder tener luz natural en la habitación. 
En el acuario, uno de sus preciosos y plateados peces escalares flotaba sospechosamente inmóvil en el agua. Recordó al instante que hacía unos días que no les ponía su comida. 
Para colmo, la noche anterior se había olvidado de recoger la ropa y, casualmente, aquella noche había llovido. Su bonito jersey color crema, que le había costado un dineral, estaba tendido allí afuera!
¿Podía pasarle algo más? 
La verdad es que sí. En el trabajo tampoco recibió rosas. Su jefe, más impertinente que nunca, le había llamado a su despacho cinco veces y sus quehaceres en la oficina habían crecido en cuestión de minutos. Su escritorio se había convertido en un conjunto de montañas de papeles, documentos y carpetas que debía ordenar, clasificar, corregir y verificar. Todo ello a solucionar antes del viernes. 
Y…¿qué día era? ¿Miércoles? 
Disponía tan sólo de un día para tenerlo todo a punto si no quería que la despidiesen.
Agradeció enormemente que llegase la hora de salir. Necesitaba aire, con urgencia, con delirio, con desesperación.
Nada más salir, el sol le inundó la cara. Lo agradeció. Al fin algo positivo en aquel día horrible a rebosar de contratiempos y desafortunados imprevistos.
El calor de los rayos del sol le llenó de vida. Y le dio un nuevo aire a su humor. En seguida se olvidó de su mal día. Enderezó su cuerpo y caminó animosa, resuelta y decidida a cambiar su jornada, a comerse el mundo. Le asomó una ligera sonrisa en sus labios.
En estos pensamientos iba cuando, al levantar la vista le vio. Era él. 
Pero no podía ser. 
En esos momentos debía estar a muchos kilómetros de allí. 
La verdad es que el parecido era asombroso y se permitió el lujo de  creer en la posibilidad que estuviese allí aún a sabiendas de que no era de ninguna de las maneras. 
El corazón se le paró para intentar seguidamente batir el récord de latidos por segundo. 
Qué guapo era. 
Aunque, a decir verdad, lo que más le gustaba de él no era su físico, que también aportaba lo suyo, claro. Le encantaba sobremanera cómo la trataba, cómo le hablaba, cómo, sin quererlo, o queriendo, quién sabe, iba conquistándola día a día.
En esos instantes su doble salía de una entidad bancaria, mirando hacia algo que llevaba en las manos. 
No se percató de ella. Pero el choque frontal era inminente. 
En vez de evitar el encuentro, pisó más firmemente aún, decidida a que él la mirase, se diese cuenta de su presencia, notase que estaba ahí.
En cuestión de segundos, él levantó la vista. 
Sus miradas se cruzaron. 
Durante unos momentos el cruce de miradas fue intenso, breve, pero profundo, lleno de insinuaciones, de provocaciones, de sensaciones. 
Hubo más que una mirada, fue más que una casualidad. De sus ojos emanó seducción, complicidad, fuego.

¿Pero cómo podía suceder aquello? 

No se trataba de un conocido. Lo único familiar es que era un clon de aquel que le llamaba la atención en desmesura. 
¿ Podría ser que el alma de aquel se hubiese trasladado a su doble en aquel momento? No tenía explicación.

Tras unos segundos más de penetrante contacto visual, apartó su vista, dibujando simultáneamente una sonrisa totalmente seductora.  Esa misma sonrisa también la sorprendió a ella misma, sin poder hacer nada para evitarla.
Siguieron caminando, evitando ligeramente el roce pero deseando fervientemente no librarse de él.
Cuando se encontraban a unos metros de distancia, espalda con espalda, ella sintió un impulso, como un querer verle por última vez. 
Probablemente no volvería a cruzarse con él y necesitaba ese último vistazo, precisaba una sensación final, un sentimiento concluyente de que verdaderamente le había llamado la atención por algo.
Sin pensarlo de nuevo, volvió la cabeza y, para su satisfacción, él también había hecho lo propio. De nuevo el cruce de miradas se hizo patente, y, una vez más, las dos sonrisas intercambiaron aquel hechizo que la había embaucado desde el primer momento.
El resto del día, fue una nube. 
Nada le amargó las horas siguientes a aquel instante. 
Nada le impidió sentirse inmensamente feliz.

La sorpresa la invadió aquella noche, cuando, como últimamente venía haciendo, habló con aquel que le atraía de un modo especial. 

Y, sin previo aviso, le dijo:

- En ocasiones los “desconocidos” provocan que volvamos  la mirada, cargada de mil palabras, y producen sonrisas que no se pueden controlar.






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