Cuenta la leyenda que se descubrieron por casualidad.
Él calmaba su sed en un arroyo cristalino y, de repente se
percató de que había una fuente de luz completamente diferente a las que estaba habituado a ver
todas las noches. Aquellas persistentes luciérnagas, si bien le iluminaban
sutilmente el camino, le aburrían en desmesura, y, a menudo, le ponían
nervioso, con su ir y venir constante. Eran algo desequilibradas, pensaba él
con frecuencia. En cambio, aquella luz, aquella iluminación que acababa de
descubrir era distinta, le transmitía
tranquilidad al mismo tiempo que una dosis de misterio. Su reflejo, hizo que, instintivamente, elevase su
mirada al cielo, para comprobar que sus sentidos no le engañaban. Y,
efectivamente, no fue así. Allí estaba. Grande, brillante, silenciosa, plena y
enigmática.
A pesar de autodenominarse “el nocturno”, ese apelativo
únicamente era mero nombre, ya que presumía de ser lobo feroz, aunque cazaba a
temprana noche. Según avanzaba la oscuridad, le embargaba un sopor y una
somnolencia que le impedían mantenerse despierto durante la noche. Al alba, eso
sí, solía madrugar y recorría su territorio sin cesar.
Pero esa noche, diferente en esencia, esa noche en la que
algo nuevo reinaba a través del negror, le hizo sospechar que trasnocharía algo
más. No se sentía con ánimo de cerrar los párpados sin descubrir los misterios
de la luz.
Ella, prestigiosa guardiana de la noche, observaba y conocía
todas y cada una de las criaturas de las sombras. A pesar de no dejarse ver más
que en raras ocasiones, permanecía expectante y gozaba observando el devenir de
los distintos seres, sin participar activamente, sin proporcionar o denegar
ayuda alguna, sin delatar su presencia para nadie. Pero aquella noche algo la
sacó de su anonimato. Una criatura nueva, o al menos, desconocida para ella,
bebía del arroyo, ajena a su existencia. Le observó. Tenía porte elegante,
fuertes patas, bello pelaje y, por desconocida razón, se le asemejó que debía ser
de gran caballerosidad a la par que de una condición interesante y atrayente.
Permaneció vigilándole durante largo rato, hasta que algo
hizo que ese ser levantara la mirada y
la dirigiera hacia ella.
-¿Quién eres? ¿Qué eres?- inquirió con una curiosidad
desmesurada.
En sus oscuros ojos pudo ver una nobleza indescriptible y la
sinceridad con la que preguntó, le ablandó el corazón.
-¿Y tú?, no te he visto con anterioridad….
-Yo soy un lobo. Vivo en este bosque desde hace tiempo ya. Pero hasta hoy, yo tampoco te había visto
nunca. ¿Has estado siempre ahí?
-Yo soy la luna. Sí. Vivo aquí desde el principio de los
días. Pero es lógico que no me conozcas. No me dejo ver. En cambio, es extraño
que tú me seas desconocido.
La luna pensó que debía ser una criatura muy insignificante
como para que le hubiese pasado desapercibido. Pero al mismo tiempo sabía que
no era así. Le llamaba la atención en gran medida. Sus silencios, sus palabras,
sus respuestas.
Hablaron y hablaron hasta bien avanzada la noche,
intercambiando opiniones, conociendo cada vez más el uno del otro,
embriagándose el uno de su luz y la otra de su oscuridad.
Despidiéronse casi al alba, cuando el feroz lobo apenas se
tenía en pie, ni podía mantener los párpados abiertos, pero era tal su
embelesamiento ante la luna que no podía dejar de hablar con ella. Le permitió
que le arrebatase el sueño a cambio de su palabra, de su compañía. Se buscaron
la noche siguiente. Y la otra. Y la otra. Siempre había algo nuevo de qué
hablar. Siempre algo novedoso para contar.
Unas noches era la luna la que brillaba más que nunca para llamar
a su amigo el lobo. Otras era él, que desde lo alto de un cerro aullaba deseoso
de hablar de nuevo con ella.
Es por eso, que las noches de luna llena, cuando más grande,
más luminosa y más bella se halla la luna, el lobo aúlla sin dejar de
observarla, le canta, le susurra y se deja robar el sueño, suplicándole que la
noche siguiente le permita de nuevo disfrutar de su presencia.
Siempre hubo luna, y siempre hubo lobo.
ResponderEliminarY mira tú que, hasta que el uno no alzó los ojos no fue que la otra cambió de nueva a llena, y el uno no supo de su luz verdadera.
...Ocurre mucho, ...hasta Machín habló una noche con ella!! :-D
Bien escrito, my compi. ;-)
A menudo tenemos grandes cosas delante de nuestros ojos y somos tan tontos que ni nos percatamos de que existen.
ResponderEliminarTambién es una lástima que, aún habiéndonos dado cuenta de que están ahí, no las valoramos como se merecen.