Trabajaba en un
laboratorio. Solía analizar las aguas de diferentes lugares, para determinar su
potabilidad o contaminación en su caso. Paralelamente gustaba de probar la
mezcla de nuevas sustancias, observar su efecto sobre diferentes reactivos.
En aquel momento,
en el que su trabajo remunerado gozaba
de un descanso, mientras unas muestras unas muestras tomaban cuerpo en un
nebulizador, se permitió el lujo de jugar con unas disoluciones que, desde
hacía algún tiempo, mezclaba, oxigenaba, congelaba, y quién sabe cuántas
operaciones más.
Una de estas
disoluciones, resultó de un color verde-violáceo, con características algo
peculiares, hecho que contradijo las expectativas que se había forjado, ya que
sus efectos parecían ser otros. Él esperaba un azulado en vez de ese color que
había surgido sin consultarle.
Intentó por todos
los medios, modificar aquella tonalidad que tanto le contrariaba. Daba por
hecho que aquel color no produciría los resultados que pretendía, así que debía
cambiarlo de inmediato.
Extrajo muestras,
las observó minuciosamente, las analizó, las homogeneizó. Realizó de nuevo la
combinación, pero el resultado volvió a ser el mismo.
Se enfadó consigo
mismo, de tal manera que, al obtener aquel color otra vez, dio tal golpe en la
mesa que salpicó todo el líquido por encima de la mesa, como si de lluvia se
tratase. Y algunas gotas de aquello, alilado, le cayeron en sus zapatos de piel
de cocodrilo. No le dio importancia y siguió probando.
Al cabo de un
buen rato, y sin conseguir cambiar su propósito, se sintió cansado y decidió
volver a intentarlo al día siguiente. Le dolían las piernas de estar de pie. Y
los pies, apenas los sentía, seguramente se le habían dormido. No tardaría en
notar el típico y punzante hormigueo característico, al volver a circular la
sangre con completa normalidad. Sólo debía mover sus piernas, cambiar de
posición.
Decidió que iría
a descansar un poco al sillón del fondo del laboratorio, aquel destartalado
asiento de hacía más de veinte años, pero que tenía que reconocer que era muy
cómodo.
Le costó vida y
milagros desplazarse hasta allí. El grado de adormecimiento de sus extremidades
inferiores era total. Apenas tenía constancia de que poseía pies y piernas.
Se recostó en el
sillón y cayó en un letargo bastante reconfortante, que duró un par de horas.
Al despertar, se
sintió bien. Ya no le dolía nada. Agradeció aquel descanso y pensó en volver a
su trabajo, mas no consiguió levantarse del sillón.
Sorprendentemente
tampoco logró moverse, ni un solo músculo de su cuerpo se desplazó ni un
milímetro.
Se asustó
considerablemente, pero le duró un instante. Pasado este gran susto, sus
pensamientos se endurecieron como el resto de su ser. Y dejaron de existir.
Daba la sensación que la
Gorgona Medusa , en forma de brebaje, hizo uso de todo su
poder.
En unas horas,
entraron sus dos compañeros de laboratorio. Se extrañaron al no encontrarle
trabajando. Se preguntaron cuáles debían ser sus investigaciones al descubrir
numerosas piedrecitas salpicadas sobre la mesa, y rieron cómicamente al ver
aquella estatua, también de piedra, con expresión de sorpresa, recostada en el
sillón.
Pensaron que el
sentido del humor de su ausente compañero, al dejarla allí, no tenía límite. Y
se dispusieron a reanudar su trabajo, olvidándose al instante de ello.