jueves, 5 de marzo de 2015

SE QUEDÓ DE PIEDRA


Trabajaba en un laboratorio. Solía analizar las aguas de diferentes lugares, para determinar su potabilidad o contaminación en su caso. Paralelamente gustaba de probar la mezcla de nuevas sustancias, observar su efecto sobre diferentes reactivos.
En aquel momento, en el  que su trabajo remunerado gozaba de un descanso, mientras unas muestras unas muestras tomaban cuerpo en un nebulizador, se permitió el lujo de jugar con unas disoluciones que, desde hacía algún tiempo, mezclaba, oxigenaba, congelaba, y quién sabe cuántas operaciones más.
Una de estas disoluciones, resultó de un color verde-violáceo, con características algo peculiares, hecho que contradijo las expectativas que se había forjado, ya que sus efectos parecían ser otros. Él esperaba un azulado en vez de ese color que había surgido sin consultarle.
Intentó por todos los medios, modificar aquella tonalidad que tanto le contrariaba. Daba por hecho que aquel color no produciría los resultados que pretendía, así que debía cambiarlo de inmediato.
Extrajo muestras, las observó minuciosamente, las analizó, las homogeneizó. Realizó de nuevo la combinación, pero el resultado volvió a ser el mismo.
Se enfadó consigo mismo, de tal manera que, al obtener aquel color otra vez, dio tal golpe en la mesa que salpicó todo el líquido por encima de la mesa, como si de lluvia se tratase. Y algunas gotas de aquello, alilado, le cayeron en sus zapatos de piel de cocodrilo. No le dio importancia y siguió probando.
Al cabo de un buen rato, y sin conseguir cambiar su propósito, se sintió cansado y decidió volver a intentarlo al día siguiente. Le dolían las piernas de estar de pie. Y los pies, apenas los sentía, seguramente se le habían dormido. No tardaría en notar el típico y punzante hormigueo característico, al volver a circular la sangre con completa normalidad. Sólo debía mover sus piernas, cambiar de posición.
Decidió que iría a descansar un poco al sillón del fondo del laboratorio, aquel destartalado asiento de hacía más de veinte años, pero que tenía que reconocer que era muy cómodo.
Le costó vida y milagros desplazarse hasta allí. El grado de adormecimiento de sus extremidades inferiores era total. Apenas tenía constancia de que poseía pies y piernas.
Se recostó en el sillón y cayó en un letargo bastante reconfortante, que duró un par de horas.
Al despertar, se sintió bien. Ya no le dolía nada. Agradeció aquel descanso y pensó en volver a su trabajo, mas no consiguió levantarse del sillón.
Sorprendentemente tampoco logró moverse, ni un solo músculo de su cuerpo se desplazó ni un milímetro.
Se asustó considerablemente, pero le duró un instante. Pasado este gran susto, sus pensamientos se endurecieron como el resto de su ser. Y dejaron de existir. Daba la sensación que la Gorgona Medusa , en forma de brebaje, hizo uso de todo su poder.
En unas horas, entraron sus dos compañeros de laboratorio. Se extrañaron al no encontrarle trabajando. Se preguntaron cuáles debían ser sus investigaciones al descubrir numerosas piedrecitas salpicadas sobre la mesa, y rieron cómicamente al ver aquella estatua, también de piedra, con expresión de sorpresa, recostada en el sillón.

Pensaron que el sentido del humor de su ausente compañero, al dejarla allí, no tenía límite. Y se dispusieron a reanudar su trabajo, olvidándose al instante de ello.


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