Por muchas veces que se
acercó confiado, y por innumerables llamadas que realizó, aquella entrada a lo
más profundo de los sentimientos, le vedaba su paso.
Él, un triste y solitario
proyecto de quién sabe qué, se sintió condenado a esa incertidumbre, sin
oportunidad alguna de conocer, sin la merecida recompensa que le brindase una
respuesta a su inquietud, sin ocasión de poder asomarse y comprobar lo que
vivía al otro lado.
Aquella puerta, sellada
ahora, compañera en los cálidos días y
largas noches, dónde, arrodillado suplicaba tan sólo una rendija, una
insignificante abertura, por dónde deslizarse y poder descubrir la magnitud de
su interior. Aquella puerta, firme en sus convicciones, sensata hasta la
saciedad, racional en desmesura, le negaba todo atisbo de ilusión, de un
“quizá”, de un sueño.
Resignado, decepcionado,
quizás cansado, se alejó. Dejó atrás la puerta, no sin antes escribir una nota,
sujeta con una simple chincheta a la encarnada barrera.
“Si aún te preguntas el
porqué de mi persistencia, piensa que una de las pocas certezas en la vida es
querer conocer aquello que realmente crees
que merece la pena” .
No hay comentarios:
Publicar un comentario