sábado, 12 de septiembre de 2015

UNA ABERTURA A LA SUPERVIVENCIA


Abrí los ojos. De repente, aquel sueño tan maravilloso en el que todo parecía ir bien, dio paso a la cruda realidad. Momentáneamente, el penetrante taladro había cesado. Quizás esa fue la razón del sobresalto, poder oír de nuevo el silencio.

Permanecí inmóvil, apenas pestañeando, apenas respirando, intentando escuchar el más mínimo resquicio del constante avanzar de las máquinas, en el exterior, a escasos metros de dónde yo me encontraba.

Aún no entendía cómo me había dormido, cómo podía haber conciliado el sueño en semejante situación, pero llevaba demasiadas horas despierto y el cansancio me había vencido. Calculé que quizás había estado descansando no más de una hora, por lo que el avance de las máquinas había progresado una puerta.

Ya sólo nos quedaban dos.

En cuestión de minutos nos percatamos que la única barrera entre los seis supervivientes y el dominio de la inteligencia artificial recaía en una puerta metálica y blindada de no más de cinco centímetros de grosor, que acabaría por caer en breves momentos.

Nos miramos los unos a los otros, mientras los puntos incandescentes, cada vez de mayor tamaño, en la puerta, aumentaban y aumentaban, dando paso a una marabunta de máquinas de todo tipo y dimensión, deseosa de penetrar, en ardiente fervor de erradicar el último vestigio de la raza humana sobre la faz de la Tierra.

Todo fue repentino. Nos abrazamos en un rincón, sin apenas mirar cómo la gran avalancha cibernética entraba en el recinto y se dirigía a gran velocidad hacia nosotros.

Intenté no pensar, me propuse evadirme de aquel lugar, y llegué a un estado de concentración desconocido, desproporcionado. Sentí, aún sin verlo, una especie de aureola rodeando todo mi cuerpo. Noté cómo irradiaba energía, en términos insospechados, en potencia  desorbitante, en emanación continua.

Esos segundos entre la vida y la muerte parecían alargarse más de lo esperado. Después de un estruendo inexplicable, me atreví a dirigir la mirada hacia, posiblemente, mi última visión.

¿Existen los milagros? Aún no entiendo lo ocurrido. Todo el suelo estaba plagado de mecanismos inconcebiblemente fuera de combate, desactivados, “out of order”. Y en aquel rincón, todavía sin creerlo, nosotros, seis personas, tres mujeres, dos hombres y un niño, con gran perplejidad, pero con el sentimiento de victoria, de haber renacido a un nuevo mundo, probablemente sin máquinas, y con un futuro posible, en el que perpetuar, de nuevo, la humanidad.
 
 

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