"Que nunca te falte un proyecto que realizar, algo que aprender, un lugar a dónde ir... y alguien a quién amar".
domingo, 18 de noviembre de 2012
miércoles, 7 de noviembre de 2012
NO HAY ENEMIGO PEQUEÑO
Nunca se lo imaginó. De hecho, jamás le volvería a suceder.
La noche, en el exterior estaba estrellada, nada fuera de lo normal. Ningún indicio parecía vaticinar lo que iba a acontecer en los próximos instantes.
Permanecía inmóvil, recostado de lado en aquel desvencijado sofá que debería haber renovado hacía ya un par de años. El televisor, a escasos dos metros, se iluminaba y oscurecía al ritmo de un clásico, en el cual Charlton Heston y Eleanor Parker luchaban contra la marabunta.
-Bah- murmuró- Ya podría pasar algo interesante…..
No percibió rumor alguno. Nada le hizo sospechar lo que estaba a punto de ocurrir.
El sueño se apoderaba de él, lenta pero progresivamente, hecho que propició la facilidad de ataque de su agresor. Éste, una vez traspasada la pantalla, acechaba a la espera, con premeditación, alevosía y como no, nocturnidad, dada a avanzada hora.
Esperó y esperó, y como si de un gran depredador se tratase, aprovechó la inocencia y distracción de su presa y, pausadamente, se aproximó al brazo, que se descolgaba, lacio, por un lado del sofá.
Una a una, fueron escalando, cogiendo posiciones, hasta tenerlo totalmente cubierto. Le vistieron de un tono oscuro. Un durmiente pardo rojizo.
Y como si de una orden se tratase, y haciendo gala de la frase mundialmente conocida de Fuenteovejuna, todas a una le inyectaron una dosis letal de ácido fórmico, y su letargo se hizo eterno.
En cuatro horas, únicamente restó la osamenta.
El poder de la naturaleza al límite.
lunes, 5 de noviembre de 2012
RECUERDOS
Recuerdos. Triste y a la vez melancólica palabra que me evoca momentos nostálgicos y alegres a la par.
En ocasiones deseo borrar la memoria, pero irremediablemente los recuerdos vuelven a mi mente y reavivan todo lo que pretendía desechar, inmortalizando el hecho de que intentar olvidar, es querer recordar para siempre .
Otras veces acudo a ellos para resucitar los instantes felices y placenteros, proporcionándome un banco inagotable de momentos.
Recuerdos. Con ellos convivimos, con ellos sentimos, con ellos crecemos como personas. De vez en cuando les maldecimos pero no cabe pensar en la existencia sin ellos.
Escuchando buena música, rebusco en el fondo de mi memoria y encuentro maravillas. Esas maravillas viven en mí, disfrazadas, ocultas, al acecho, y el placer de encontrarlas es inmenso.
domingo, 4 de noviembre de 2012
sábado, 3 de noviembre de 2012
HACIA EL ESTÓMAGO DE LA MADRE TIERRA
El persistente, incesante e incrustante pitido del matutino despertador le devolvió al mundo de los vivos. La noche había sido placentera aunque gran parte de lo vivido ya no formaba parte de su mente. No conseguía recordar mucho de lo que había acontecido tan sólo unas horas antes. Pero el dolor de cabeza era contundente.
Se acordó de la tarde anterior, intentando concluir aquel endemoniado trabajo sobre la asignatura que más odiaba. ¿Quién le habría mandado elegir una materia que tenía por nombre “Documentación y evolución ético-bibliográfica de la administración sociológica”? Ni siquiera sabía lo que significaba y esa misma mañana tenía que presentar un proyecto versado en ella.
Afortunadamente, esa tarde, su amigo Marcial, le llamó y le invitó a salir de copas por la noche. Sin dudarlo un momento, aceptó, dando por hecho que ya estaba acabado el trabajo, y suponiendo que no tendría tan mala suerte que el profesor le preguntase algo sobre el tema. Decidió que alegaría una excusa pobre y lo entregaría el día siguiente.
La noche fue superior. En el pub de costumbre conocieron a un par de chicas, algo cariñosas de más, que junto al alcohol, propiciaron que el tema acabase de la manera deseada. Al regresar de madrugada, y con más rabia que otra cosa de finalizar su aventura, con placentero final, todo sea dicho, se desplomó en su cama y perdió la noción de la realidad, aún más, hasta que le despertó el fatídico despertador.
Ya en clase, rezó para que el profesor no pronunciase su nombre. El proyecto no acabado y la ignorancia sobre el tema produjeron que, inconscientemente, bajase su mirada y su expresión tomase un giro de súplica, hecho que no pasó desapercibido para el profesor Estrada, experto en localizar, humillar y hundir en la miseria alumnos poco brillantes.
-Sr. Carrascosa! Exponga usted su trabajo y conteste a la pregunta que le formularé a continuación….
El mundo se derrumbó. No oyó más. Apenas susurró:
-Tierra… trágame.
De repente, la clase pareció cambiar de inclinación. Mesas, sillas, y hasta personal, comenzaron a avanzar lentamente hacia él, como si fuese el centro de algo desconocido. El griterío se hizo palpable y bajo sus pies consiguió ver algo que se asemejaba a una grieta, creciendo por momentos. Sin tiempo de reacción, las fauces de la tierra se abrieron y le engulleron. A él, y sólo a él.
Cayó, y mientras lo hacía, su única visión fue cómo aquella grieta por encima de él, se sellaba dejándole sólo en su gran caída, a través del esófago de la tierra, precipitándose quién sabe dónde.
Nunca jamás se supo de él. Quizás aún siga cayendo, tragado, como solicitó, por la tierra.
CONSULTORIO ELENA FRANCIS…
Todas y cada una de las noches, desde que podía recordar, y hacía ya algún tiempo que lo hacía, teniendo en cuenta sus diecisiete años, hablaba con ella. Era su gran amiga.
A veces le explicaba sus alegrías, sus momentos más emocionantes, la superación de los exámenes, una mirada de aquel chico, la suerte de tener una gran compañera… En otras ocasiones, era cómplice de innumerables planes, una excursión a la discoteca de moda, cómo conseguir ahorrar para poder comprar una camiseta de marca, intentar que el profe de historia no le preguntase porque no había estudiado…
A menudo, su muda oyente era paño de lágrimas, hombro en el cual explicar sus desdichas amorosas y donde ahogar aquellos disgustos juveniles que tenían tanta importancia a esa edad.
Y en todos esos momentos, jamás brotó una palabra de consuelo, ni un vocablo de asentimiento, ni un reproche, ni un consejo.
Hubo momentos en los que le gritó, golpeó y mordió sin que mostrase queja alguna. También sintió ternura con ella, la abrazó, estrechó e incluso besó, sin que por ellos mostrase agradecimiento o correspondencia. Impasible, insensible, allí estaba, todas las noches, para lo bueno y para lo malo, sin mediar palabra, segura de que acudiría a ella en todo momento.
La almohada, a la que en incontables ocasiones suplicó respuesta, consuelo y complicidad y de la cual jamás obtuvo satisfacción.
Aquella que nunca dejaba oír su voz pero conocía todos y cada uno de sus secretos, aquella, por fin, emitió unas palabras, apenas perceptibles para el oído humano pero lo suficientemente sonoras para que las sintiese.
-Estoy aquí, te escucho, te comprendo y te apoyo. Hoy, mañana y todos los días que me restan estaré junto a ti, por ti y para ti.
Y entonces, tranquila y satisfecha de oír que, efectivamente estaba allí, la abrazó, como tantas otras noches y se durmió.
TOC TOC TOC
Desde que se levantaba por la mañana, temprano, hasta que se iba a dormir, a altas horas de la madrugada, aquella mujer, porque suponía que de eso se trataba, dedicaba su tiempo a andar de un lado para otro con los zapatos de tacón. Probablemente no usaba nunca zapatillas, seguramente debía tener un armario zapatero repleto de aquellos punzantes tacones que tanto le irritaban a él.
Hacía las camas en tacones, barría en tacones, limpiaba en tacones, fregaba en tacones, tendía la ropa en tacones, cocinaba en tacones. E incluso llegó a pensar que hasta debía disfrutar sus momentos más íntimos también en tacones.
No había manera de concentrarse. Toc, toc, toc. Llevaba esos sonidos incrustados en su cerebro.
Consideraba que sus escritos eran bastante mediocres a causa de aquel ruido.
Una noche, dándole vueltas a la cabeza, se armó de valor y decidió que a la mañana siguiente iría a hablar con ella y a pedirle que se cambiase de calzado.
Pero cuando despertó, echó algo de menos. Sus ojos se abrieron por causas distintas. Nada le había roto el sueño, no había ruido alguno. Aguardó y aguardó, pero el silencio seguía siendo sepulcral. Durante todo el día se esforzó en oír el taconeo, pero no fue así.
Y los días pasaron y nada. Había dejado de existir. Se sintió feliz y decidió ponerse tranquilamente a escribir. Ahora sí tendría paz, ahora sí gozaría de inspiración, concentración y dedicación.
Sorprendentemente no consiguió hacerlo. Algo le faltaba. De su mente no brotó ni una idea. Echaba de menos el constante TOC, TOC, TOC.
BREVEDAD AL LÍMITE
Y su récord pretendía batir
Dividía y restaba palabras
Para el contenido resumir.
Consiguió las líneas acortar
Y en monosílabos convertir
El texto logró reducir
Y el microrelato fue:
“YA TÁ”.
viernes, 2 de noviembre de 2012
TOCAR FONDO
Le suplicó y le rogó como nunca a nadie le había implorado. Le juró y perjuró que jamás volvería a suceder. Le pidió comprensión y tolerancia. Pero lo único que obtuvo fue desprecio, indiferencia y rechazo.
El error cometido, repetidamente ya, estaba cobrando su precio. La recaída en el alcohol le estaba hundiendo irremediablemente para no dejarle levantar cabeza de nuevo. Carecía de su apoyo, de su lealtad y compasión.
Reconocía que no había obrado bien, que sus promesas no tenían ahora valor alguno. Comprendía la desaprobación y repulsión por parte de ella. Aún así, apelaba a los buenos sentimientos, al recuerdo de lo que antaño representaron el uno para el otro, al apego que una vez existió y que ahora, sobradamente, había dejado de prevalecer. Le hizo volver la vista atrás y revivir la confianza mutua, el respeto incondicional y el amor que sintieron por encima de todas las cosas.
Como respuesta recibió un “no puedo más” y un adiós.
Sumido en las tinieblas y la desesperación, decidió acabar con el maldito problema y, sin pensárselo dos veces se dejó caer por el puente en el que una vez, hacía ya veintisiete inviernos, una joven pareja, selló su amor con un beso, en el mismo lugar en el que ese fatídico día, la desilusión y el abatimiento ponían fin a esa historia.
AÑORANZA
Busqué por todos los confines del mundo,
y no le hallé.
Alcé mi voz, revelando lo más oculto,
y no obtuve respuesta.
Imploré volver a sentir su presencia,
mas el gélido vacio acudió a mi llamada.
¿Qué fue de aquel que exaltaba mi espíritu?
¿Dónde habita el que hacía florecer las rosas de mi alma?
Partió sin más, una fría mañana de invierno,
dejando atrás preguntas, dudas y grandes decepciones,
un corazón en suplicante agonía
y la incertidumbre hambrienta de razones.
Solitario resta mi universo ahora,
ensordecedor silencio que envuelve mi ser al completo.
En un rincón el único consuelo que me conforta,
y al que únicamente aferrarme me queda,
la esperanza de algún día
volver a sentir su piel en la mía...
MI ESTRELLA
Nació en una fría sala de hospital. Sus tiernos 6 otoños no conocieron otro lugar. Jamás salió al exterior, nunca pisó otro suelo que no fuese el embaldosado de aquel edificio. El mal, diagnosticado el día de su aparición en el mundo, avanzaba a pasos agigantados y, en breve, conquistaría cada rincón de su tierno cuerpecillo. Pero ella, se sentía fuerte. A pesar de los numerosos cables que crecían de sus brazos, piernas, e incluso nariz, todas las noches, inclinaba su cabeza para así, poder atisbar por la ventana.
Allá en lo alto estaba su pasión, su ilusión, su anhelo. El firmamento , en todo su esplendor, le ofrecía lo que ella más deseaba, le mostraba con gran entusiasmo aquel cúmulo de bonitas lucecillas que la habían observado desde que tenía uso de razón. Siempre en el mismo lugar, siempre en la misma ventana.
“Un día tocaré una estrella”.-Esto le había repetido noche tras noche a su madre, que, lejos de ilusionarse con este hecho, le rogaba a lo más alto que pudiera salir algún día de aquel lugar.
“Una noche, me levantaré de aquí y saldré volando por la ventana. Subiré y subiré y llegaré donde está aquella pequeñita. ¿La ves, mamá? Aquella de allí. ¿Verdad que será bonito? Cuando llegue, te saludaré con la mano y tú podrás verme desde aquí abajo. Mamá, no llores, sólo será un ratito, luego bajaré y te explicaré de qué está hecha la estrella. Y tú te pondrás muy contenta de que esté de nuevo a tu lado. Y nos reiremos, ¿verdad? “.
Y tres días más tarde, la tan esperada noche llegó. Ni siquiera se percató que las sábanas dejaban de molestarle en su piel. Se sintió liviana y supo que había llegado el momento. Se sintió feliz y achacó el revuelo formado en la habitación entre doctores, enfermeras, aparatos y demás, al hecho de poder elevarse. Aunque no supo entender la razón por la que su padre y su madre no estaban contentos, todo lo contrario, lloraban desconsoladamente. Pensó que ya se lo preguntaría más tarde, cuando volviese de su gran viaje.
Unió sus brazos al cuerpo y se impulsó hacia arriba a través de la ventana. Y subió y subió y subió. El aire le acariciaba la carita y, al mismo tiempo le refrescaba. Al cabo de poco tiempo una gran luz le iluminó el rostro y el mágico polvo le salpicó todo su ser.
Había llegado. Era su estrella.
Alargó la mano y la tocó. Y su pequeño cuerpecito se inundó de luz y su alma se embriagó de felicidad. Su sueño, cobró vida.
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