"Que nunca te falte un proyecto que realizar, algo que aprender, un lugar a dónde ir... y alguien a quién amar".
martes, 30 de diciembre de 2014
EL COMETA Y ÉL
Un día conoció un cometa. Llegó a él de improviso. Sin
esperarlo para nada. A pesar de su desconfianza innata, le demostró que no era
peligroso. No quemaba. No daba corriente. No pretendía llevarle por delante y
arrastrarle fuera de su planeta.
No.
Se trataba de un cometa cuya órbita era enorme. De esos que
pasan una vez en la vida, y que, o lo ves, o te lamentarás toda tu existencia
por no haberlo contemplado.
Su cometa era así. Rápido y paciente. Brillante y
considerado. Tentador y delicado.
Se acercó a él, sin esperar nada. Le enseñó su estructura,
le mostró sus fallos, compartió sus virtudes y también sus debilidades.
Le descubrió la inmensidad del universo y que no hay por qué temer a lo desconocido. Le animó
a viajar y explorar otros parajes. Y, a pesar de sus temores a esos mundos
extraños, encontró la manera de hacérselos atractivos y atrayentes.
Con él, el firmamento tomó una nueva forma, otra dimensión,
distinto enfoque. Con él los miedos se tornaron retos, los tabúes se hicieron anhelos
y las restricciones, posibilidades.
Ese cometa transformaba su concepto del mundo, descubría
nuevos horizontes, provocaba nuevas sensaciones y hacía brotar desconocidas
reacciones que, sin lugar a dudas, le atraían.
Un día, sin esperarlo, le invitó a irse con él.
Fue entonces cuando el mundo le dio un vuelco.
Sin pensarlo dos veces, subió a lomos de la luz y con él se
fue.
EL "DESCONOCIDO"
Aquel día no estaba siendo bueno.
Desde que se despertó esa mañana, una serie de indescriptibles acontecimientos se habían confabulado para hacerle desear no haberse levantado.
Para empezar, le dolía fuertemente la espalda, probablemente a causa de la clase de aerobic, en el gimnasio el día anterior.
Su cabello se mostraba más rebelde que otras veces, y eso le costó diez minutos más de secador, hecho que, asimismo, fue atrasando sus rutinas diarias.
La Spathifhyllum presentaba un número preocupante de hojas de una tonalidad amarillenta, seguramente falta de abono, tendría que poner remedio a eso si no quería quedarse sin la planta que tanto le gustaba.
La persiana del dormitorio había decidido no dejarse subir, lo que le costaría desmontarla uno de esos días para poder tener luz natural en la habitación.
En el acuario, uno de sus preciosos y plateados peces escalares flotaba sospechosamente inmóvil en el agua. Recordó al instante que hacía unos días que no les ponía su comida.
Para colmo, la noche anterior se había olvidado de recoger la ropa y, casualmente, aquella noche había llovido. Su bonito jersey color crema, que le había costado un dineral, estaba tendido allí afuera!
Desde que se despertó esa mañana, una serie de indescriptibles acontecimientos se habían confabulado para hacerle desear no haberse levantado.
Para empezar, le dolía fuertemente la espalda, probablemente a causa de la clase de aerobic, en el gimnasio el día anterior.
Su cabello se mostraba más rebelde que otras veces, y eso le costó diez minutos más de secador, hecho que, asimismo, fue atrasando sus rutinas diarias.
La Spathifhyllum presentaba un número preocupante de hojas de una tonalidad amarillenta, seguramente falta de abono, tendría que poner remedio a eso si no quería quedarse sin la planta que tanto le gustaba.
La persiana del dormitorio había decidido no dejarse subir, lo que le costaría desmontarla uno de esos días para poder tener luz natural en la habitación.
En el acuario, uno de sus preciosos y plateados peces escalares flotaba sospechosamente inmóvil en el agua. Recordó al instante que hacía unos días que no les ponía su comida.
Para colmo, la noche anterior se había olvidado de recoger la ropa y, casualmente, aquella noche había llovido. Su bonito jersey color crema, que le había costado un dineral, estaba tendido allí afuera!
¿Podía pasarle algo más?
La verdad es que sí. En el trabajo tampoco recibió rosas. Su jefe, más impertinente que nunca, le había llamado a su despacho cinco veces y sus quehaceres en la oficina habían crecido en cuestión de minutos. Su escritorio se había convertido en un conjunto de montañas de papeles, documentos y carpetas que debía ordenar, clasificar, corregir y verificar. Todo ello a solucionar antes del viernes.
Y…¿qué día era? ¿Miércoles?
Disponía tan sólo de un día para tenerlo todo a punto si no quería que la despidiesen.
La verdad es que sí. En el trabajo tampoco recibió rosas. Su jefe, más impertinente que nunca, le había llamado a su despacho cinco veces y sus quehaceres en la oficina habían crecido en cuestión de minutos. Su escritorio se había convertido en un conjunto de montañas de papeles, documentos y carpetas que debía ordenar, clasificar, corregir y verificar. Todo ello a solucionar antes del viernes.
Y…¿qué día era? ¿Miércoles?
Disponía tan sólo de un día para tenerlo todo a punto si no quería que la despidiesen.
Agradeció enormemente que llegase la hora de salir.
Necesitaba aire, con urgencia, con delirio, con desesperación.
Nada más salir, el sol le inundó la cara. Lo agradeció. Al
fin algo positivo en aquel día horrible a rebosar de contratiempos y
desafortunados imprevistos.
El calor de los rayos del sol le llenó de vida. Y le dio un
nuevo aire a su humor. En seguida se olvidó de su mal día. Enderezó su cuerpo y
caminó animosa, resuelta y decidida a cambiar su jornada, a comerse el mundo.
Le asomó una ligera sonrisa en sus labios.
En estos pensamientos iba cuando, al levantar la vista le
vio. Era él.
Pero no podía ser.
En esos momentos debía estar a muchos kilómetros de allí.
La verdad es que el parecido era asombroso y se permitió el lujo de creer en la posibilidad que estuviese allí aún a sabiendas de que no era de ninguna de las maneras.
El corazón se le paró para intentar seguidamente batir el récord de latidos por segundo.
Qué guapo era.
Aunque, a decir verdad, lo que más le gustaba de él no era su físico, que también aportaba lo suyo, claro. Le encantaba sobremanera cómo la trataba, cómo le hablaba, cómo, sin quererlo, o queriendo, quién sabe, iba conquistándola día a día.
Pero no podía ser.
En esos momentos debía estar a muchos kilómetros de allí.
La verdad es que el parecido era asombroso y se permitió el lujo de creer en la posibilidad que estuviese allí aún a sabiendas de que no era de ninguna de las maneras.
El corazón se le paró para intentar seguidamente batir el récord de latidos por segundo.
Qué guapo era.
Aunque, a decir verdad, lo que más le gustaba de él no era su físico, que también aportaba lo suyo, claro. Le encantaba sobremanera cómo la trataba, cómo le hablaba, cómo, sin quererlo, o queriendo, quién sabe, iba conquistándola día a día.
En esos instantes su doble salía de una entidad bancaria,
mirando hacia algo que llevaba en las manos.
No se percató de ella. Pero el choque frontal era inminente.
En vez de evitar el encuentro, pisó más firmemente aún, decidida a que él la mirase, se diese cuenta de su presencia, notase que estaba ahí.
No se percató de ella. Pero el choque frontal era inminente.
En vez de evitar el encuentro, pisó más firmemente aún, decidida a que él la mirase, se diese cuenta de su presencia, notase que estaba ahí.
En cuestión de segundos, él levantó la vista.
Sus miradas se cruzaron.
Durante unos momentos el cruce de miradas fue intenso, breve, pero profundo, lleno de insinuaciones, de provocaciones, de sensaciones.
Hubo más que una mirada, fue más que una casualidad. De sus ojos emanó seducción, complicidad, fuego.
Sus miradas se cruzaron.
Durante unos momentos el cruce de miradas fue intenso, breve, pero profundo, lleno de insinuaciones, de provocaciones, de sensaciones.
Hubo más que una mirada, fue más que una casualidad. De sus ojos emanó seducción, complicidad, fuego.
¿Pero cómo podía suceder aquello?
No se trataba de un conocido. Lo único familiar es que era un clon de aquel que le llamaba la atención en desmesura.
¿ Podría ser que el alma de aquel se hubiese trasladado a su doble en aquel momento? No tenía explicación.
No se trataba de un conocido. Lo único familiar es que era un clon de aquel que le llamaba la atención en desmesura.
¿ Podría ser que el alma de aquel se hubiese trasladado a su doble en aquel momento? No tenía explicación.
Tras unos segundos más de penetrante contacto visual, apartó
su vista, dibujando simultáneamente una sonrisa totalmente seductora. Esa misma sonrisa también la sorprendió a
ella misma, sin poder hacer nada para evitarla.
Siguieron caminando, evitando ligeramente el roce pero deseando
fervientemente no librarse de él.
Cuando se encontraban a unos metros de distancia, espalda
con espalda, ella sintió un impulso, como un querer verle por última vez.
Probablemente no volvería a cruzarse con él y necesitaba ese último vistazo, precisaba una sensación final, un sentimiento concluyente de que verdaderamente le había llamado la atención por algo.
Probablemente no volvería a cruzarse con él y necesitaba ese último vistazo, precisaba una sensación final, un sentimiento concluyente de que verdaderamente le había llamado la atención por algo.
Sin pensarlo de nuevo, volvió la cabeza y, para su
satisfacción, él también había hecho lo propio. De nuevo el cruce de miradas se
hizo patente, y, una vez más, las dos sonrisas intercambiaron aquel hechizo que
la había embaucado desde el primer momento.
El resto del día, fue una nube.
Nada le amargó las horas siguientes a aquel instante.
Nada le impidió sentirse inmensamente feliz.
Nada le amargó las horas siguientes a aquel instante.
Nada le impidió sentirse inmensamente feliz.
La sorpresa la invadió aquella noche, cuando, como
últimamente venía haciendo, habló con aquel que le atraía de un modo especial.
Y, sin previo aviso, le dijo:
- En ocasiones los “desconocidos” provocan que volvamos la mirada, cargada de mil palabras, y producen sonrisas que no se pueden controlar.
- En ocasiones los “desconocidos” provocan que volvamos la mirada, cargada de mil palabras, y producen sonrisas que no se pueden controlar.
sábado, 20 de diciembre de 2014
martes, 16 de diciembre de 2014
LA LADRONA DEL SUEÑO
Cuenta la leyenda que se descubrieron por casualidad.
Él calmaba su sed en un arroyo cristalino y, de repente se
percató de que había una fuente de luz completamente diferente a las que estaba habituado a ver
todas las noches. Aquellas persistentes luciérnagas, si bien le iluminaban
sutilmente el camino, le aburrían en desmesura, y, a menudo, le ponían
nervioso, con su ir y venir constante. Eran algo desequilibradas, pensaba él
con frecuencia. En cambio, aquella luz, aquella iluminación que acababa de
descubrir era distinta, le transmitía
tranquilidad al mismo tiempo que una dosis de misterio. Su reflejo, hizo que, instintivamente, elevase su
mirada al cielo, para comprobar que sus sentidos no le engañaban. Y,
efectivamente, no fue así. Allí estaba. Grande, brillante, silenciosa, plena y
enigmática.
A pesar de autodenominarse “el nocturno”, ese apelativo
únicamente era mero nombre, ya que presumía de ser lobo feroz, aunque cazaba a
temprana noche. Según avanzaba la oscuridad, le embargaba un sopor y una
somnolencia que le impedían mantenerse despierto durante la noche. Al alba, eso
sí, solía madrugar y recorría su territorio sin cesar.
Pero esa noche, diferente en esencia, esa noche en la que
algo nuevo reinaba a través del negror, le hizo sospechar que trasnocharía algo
más. No se sentía con ánimo de cerrar los párpados sin descubrir los misterios
de la luz.
Ella, prestigiosa guardiana de la noche, observaba y conocía
todas y cada una de las criaturas de las sombras. A pesar de no dejarse ver más
que en raras ocasiones, permanecía expectante y gozaba observando el devenir de
los distintos seres, sin participar activamente, sin proporcionar o denegar
ayuda alguna, sin delatar su presencia para nadie. Pero aquella noche algo la
sacó de su anonimato. Una criatura nueva, o al menos, desconocida para ella,
bebía del arroyo, ajena a su existencia. Le observó. Tenía porte elegante,
fuertes patas, bello pelaje y, por desconocida razón, se le asemejó que debía ser
de gran caballerosidad a la par que de una condición interesante y atrayente.
Permaneció vigilándole durante largo rato, hasta que algo
hizo que ese ser levantara la mirada y
la dirigiera hacia ella.
-¿Quién eres? ¿Qué eres?- inquirió con una curiosidad
desmesurada.
En sus oscuros ojos pudo ver una nobleza indescriptible y la
sinceridad con la que preguntó, le ablandó el corazón.
-¿Y tú?, no te he visto con anterioridad….
-Yo soy un lobo. Vivo en este bosque desde hace tiempo ya. Pero hasta hoy, yo tampoco te había visto
nunca. ¿Has estado siempre ahí?
-Yo soy la luna. Sí. Vivo aquí desde el principio de los
días. Pero es lógico que no me conozcas. No me dejo ver. En cambio, es extraño
que tú me seas desconocido.
La luna pensó que debía ser una criatura muy insignificante
como para que le hubiese pasado desapercibido. Pero al mismo tiempo sabía que
no era así. Le llamaba la atención en gran medida. Sus silencios, sus palabras,
sus respuestas.
Hablaron y hablaron hasta bien avanzada la noche,
intercambiando opiniones, conociendo cada vez más el uno del otro,
embriagándose el uno de su luz y la otra de su oscuridad.
Despidiéronse casi al alba, cuando el feroz lobo apenas se
tenía en pie, ni podía mantener los párpados abiertos, pero era tal su
embelesamiento ante la luna que no podía dejar de hablar con ella. Le permitió
que le arrebatase el sueño a cambio de su palabra, de su compañía. Se buscaron
la noche siguiente. Y la otra. Y la otra. Siempre había algo nuevo de qué
hablar. Siempre algo novedoso para contar.
Unas noches era la luna la que brillaba más que nunca para llamar
a su amigo el lobo. Otras era él, que desde lo alto de un cerro aullaba deseoso
de hablar de nuevo con ella.
Es por eso, que las noches de luna llena, cuando más grande,
más luminosa y más bella se halla la luna, el lobo aúlla sin dejar de
observarla, le canta, le susurra y se deja robar el sueño, suplicándole que la
noche siguiente le permita de nuevo disfrutar de su presencia.
lunes, 15 de septiembre de 2014
EL PODER DE LA IMAGINACIÓN
Cierro los ojos y me evado. Hasta tal punto que dejo de oír
a la gente, a los niños gritando. Tan sólo percibo el ir y venir de las olas. Y
me abandono a esa sensación y al cúmulo de estímulos, tanto externos como
internos, que me rodean.
Ahora estoy en la playa, de nuevo. Pero no cualquier playa,
una especial. La playa en la que únicamente existimos los dos. Nadie alrededor.
Me desprendo de la parte superior del bikini. Y una nueva oleada de placer me
desborda. La libertad al 200%. Tan solo el agua, el sol, la brisa… que, en
perfecta coordinación proporcionan un escenario idóneo para que mi cuerpo
despierte.
Sigo con los ojos cerrados. Y tú sigues ahí.
De repente, los abro y te sorprendo recorriéndome de arriba abajo.
Me gusta.
-Qué miras?
-Te miro a ti-respondes sin dejar de hacerlo.
Aunque la respuesta era obvia, consigue que una sensación interna me recorra a la par que
tu mirada.
-Me encanta profanarte cuando duermes. Cuando sé que no me
ves. Me encanta mirarte. Recorrer el paisaje de tu cuerpo en toda su extensión.
Viajar por las colinas de tus pechos, la llanura de tu vientre. La locura de
tus caderas. Sería capaz de pasarme horas mirándote.
No puedo evitar sentirme inmensa. El oír esas palabras me
desarma del todo. Y sonrío.
-En qué piensas?-me preguntas al verme sonreír.
-En ti. Sólo en ti.
domingo, 22 de junio de 2014
UNA TUTORÍA DE PROVECHO
Siempre le había llamado
la atención. Incluso llegó a pensar que antes de conocerla, anteriormente al
inicio del curso, ya sentía ese morbo que a día de hoy le desbordaba por cada
centímetro de su piel.
Agradeció a saber a quién,
el hecho de haber podido matricularse en aquella asignatura de biología
avanzada, y así, haberla conocido.
Aquella tarde, asistió de
nuevo, con una inquietud nueva, que incluso le sorprendía a él mismo. Desde
hacía unos días, ella le había regalado un par de miradas más insinuantes de lo
habitual. En realidad, lo normal era que no le mirase, hasta hacía una semana
aproximadamente, en la que, como por
arte de magia, se había percatado de su presencia y desde entonces, las clases
parecían dirigidas exclusivamente a él.
La lección avanzó lo que
estaba programado, pero en la mente de él todo tomaba forma, ya no le
interesaba la química orgánica, los alcoholes y la glucosa. Su lugar lo había
ocupado por completo aquella mujer.
Al terminar la clase, y,
tras una última mirada provocadora, avanzó hacia ella y le pidió una tutoría.
Todo era mirarla, y se descomponía. Sus labios se movieron sensualmente para
pronunciar una hora en su despacho.
Todavía no se lo creía.
Los nervios se le disparaban. No sabía exactamente lo que le producía su
cercanía, pero no era miedo precisamente. Pensó que debería prepararse una
excusa para romper el hielo. Si ella se percataba que no había tema, le echaría
del despacho de inmediato.
En cuanto concretó la
consulta, tras unos diez minutos inacabables de dura espera hasta la hora
convenida, se dirigió al despacho de la profesora.
En el pasillo, la demora
se hizo eterna, a pesar de que tan sólo hubo de esperar unos instantes en el
exterior, antes de que la puerta se abriese para dejar paso a la gran diosa.
Pensó que, posiblemente,
ella también desease aquel encuentro, aún ajena al motivo real que le movía.
En el umbral de la
puerta, sinuosa cual serpiente en un árbol, se movió indicándole con un simple
pero intenso gesto con la mirada que la siguiese al interior del despacho.
Toda la valentía que le
caracterizaba, se había desvanecido, sintió miedo, al mismo tiempo que un deseo
desbordante, que le recorría el cuerpo, que le decía a gritos que debía hacer
suya aquella mujer, costase lo que costase. Se había convertido en una
necesidad imperiosa, era cuestión de vida o muerte, o la conseguía o se
arrepentiría toda su vida.
Frente a él, como si el
tiempo se hubiese detenido, estaba ella. Le miraba, atravesándole con aquellos
negros ojos almendrados. ¿Por qué se le asemejaba que se había vestido para él?
¿Acaso sospechaba que sus intenciones estaban muy lejos de una simple tutoría?
Lucía un vestido negro,
ceñido, dejando ver lo justo pero suficiente como para elevar su deseo a la
máxima potencia.
Intentó pronunciar una
palabra. Sorprendentemente no brotó nada de sus labios. No conseguía exhalar ni
un solo sonido. Todo él era deseo. Nulo para cualquier otra acción que no
tuviese que ver con hacer suya aquella mujer que le observaba, ahora con mirada
de asombro.
Por un momento se sintió
mezquino, y decidió confesarle sus intenciones, aún a riesgo de ser expulsado y
acusado de acoso. Para su asombro, tras hacerle partícipe de sus apetitos más
profundos, la profesora, no se escandalizó. Todo lo contrario, se sintió muy halagada.
Mostrándose aún más cercana e insinuadora, se aproximó a él, dejando apenas
milímetros entre ambos cuerpos, rozó con sus labios los de él, aumentando el
delirio a límites insospechados.
La provocación tuvo su
premio. En unos instantes, ese leve contacto desencadenó en un frenesí
desmesurado, faltó tiempo para despojarse de ropas y atuendos. La mesa del
despacho volcó papeles, lámpara y demás artilugios en el suelo, para dejar
sitio a los dos cuerpos, sin ropa ya, envueltos en deseo, pasión, fogosidad y
ardor.
Únicamente el encargado
de limpieza pudo haber oído los sonoros empaques contra la mesa y los
apasionados gemidos de ambos.
El éxtasis fue colosal y
tras la subida a la cima y la erupción volcánica, a la llegada del relax se quedaron quietos,
callados y quizás algo avergonzados.
Con un simple “Ha sido
fantástico” por parte de él, un “excepcional” que surgió de ella y un apenas
perceptible “ Hasta luego” de los dos, él se vistió lo más rápido que pudo y
abandonó el despacho, dejando una mujer también a medio vestir y con una
sensación de incredulidad, pero de satisfacción indescriptibles.
Al día siguiente,
únicamente se dirigieron una mirada furtiva, pero que a ambos les produjo una
pequeña sonrisa y un fugaz recuerdo del día anterior, en el que el deseo se
convirtió en fuegos artificiales.
Y la clase dio comienzo
como otro día cualquiera.
jueves, 19 de junio de 2014
POLIFACÉTICO TIEMPO
El tiempo cuando no estás se hace eterno.
El tiempo junto a ti parece ser etéreo.
¿Y qué es el tiempo?
Alguien dijo que el tiempo sin ti es... "empo".
Nunca hay tiempo suficiente para amarte.
Recordarte cuando te vas es tiempo perdido.
¿Por qué perder el tiempo intentando odiarte?
¿Por qué pasar el tiempo tratando de olvidarte?
Puede que sea más factible dar tiempo al tiempo.
Y esperar que vengan tiempos mejores.
¿POR QUÉ?
Era el menor de seis
hermanos, cuatro chicos y dos chicas. Su infancia estuvo a rebosar de grandes
momentos, la visión del nuevo mundo, sus primeros pasos, los instantes en que
saciaba su hambre, el cariño y la dulzura de su madre, los juegos con sus
hermanos y hermanas, e incluso, la relación con su padre, aunque habría sido
siempre algo brusco con él.
Pero como en toda buena
familia, no todo eran momentos agradables, y cuando contaba unos tres meses,
sin previo aviso, fue separado de sus seres queridos y llevado a una nueva
casa, con nuevas normas y nuevos miembros a quién conocer.
En seguida notó que era
bien acogido, sobre todo por parte de aquel niño, de no más de diez años, que
le recibió con los brazos abiertos y le ofreció todo su cariño.
Así transcurrieron unos
años, llenos de júbilo. Acompañaba a su amo dondequiera que éste iba. Pero
últimamente éste no le prestaba demasiada atención. Algunas veces pensó que si
no hubiese sido porque él mismo le seguía, aquel niño, no tan niño ya, ni se hubiese
acordado de él. Aún así, le quería.
No comprendió cómo
aquella tarde, anunciando tormenta, le animaron a subir a la camioneta y le
condujeron a un lugar en medio de la nada. Primero pensó que,
sorprendentemente, querían jugar con él, ya que le lanzaron su pelota azul bien
lejos, para que fuese a buscarla, como tantas otras veces. Pero mientras corría
en su busca, oyó de nuevo el motor de la
camioneta, a sus espaldas.
Se detuvo en seco y
volvió la mirada hacia atrás, para ver cómo se alejaba, a toda velocidad,
dejándole allí, solo, con la única compañía de aquella pelota azul, con la que
tantos ratos habían compartido juego.
Sin querer pensar en
nada, se encaminó hacia ella, sólo estaba a unos pocos metros. Sin prisas la
cogió con la boca y, de nuevo, miró atrás, como esperando ver a aquella persona
que había querido tanto.
Ahora no estaba. Le había
dejado allí. Le había abandonado.
Su vacío interior era tal
que durante un buen rato se quedó allí, de pie, esperando, con la pelota en la
boca, mirando hacia el lugar dónde hacía unos minutos estaba la camioneta.
A lo lejos se oían
truenos, mientras empezaba a llover. Cuando, por fin, notando cómo el agua le
resbalaba por su cara y por todo su cuerpo, reaccionó, dejó caer la pelota, y
se dirigió hacia el tronco de un árbol cercano, para resguardarse de la lluvia.
Allí se recostó, intentando entender, intentando comprender, intentando
asimilar, preguntándose por qué, esperando quizás a que volviesen a por él. Ni
se atrevió a volver por sus propios medios. Y esperó, y esperó.
Semanas después, un
desconocido que acertó a pasar por allí, detuvo su coche al ver un bulto al pie
de un árbol. Se apeó del vehículo y, al acercarse, vio que se trataba de un
perro, ya sin vida. Probablemente, pensó, llevaba bastantes días allí. A unos
metros, había una pelota azul.
sábado, 31 de mayo de 2014
Y SE HIZO LA LUZ...
Tras la nada, después de las profundidades, un atisbo de luz logró abrirse paso por entre las masas gelatinosas de oscuridad.
Con sus valerosos brazos logró atravesar la fuerza que le oprimía.
Primero uno, luego el otro, y, por fin, de cuerpo entero, el astro rey consiguió su cometido.
Tras expulsar gallardamente a las tinieblas a las alturas lejanas, se exhibió, con orgullo, ante la faz de la tierra.
REPENTINA OSCURIDAD
El cielo se cerró. Con un manto cenizo despidióse la claridad, radiante hasta ese instante, dando paso a las tenebrosas tinieblas y sembrando progresivamente toda la superfície con el líquido elemento.
En cuestión de minutos, el lugar cambió de dimensión. Todo ser viviente se ocultó al ensordecedor y amenazador estruendo del trueno y piedras, montañas y árboles se recubrieron de húmeda melancolía....
En cuestión de minutos, el lugar cambió de dimensión. Todo ser viviente se ocultó al ensordecedor y amenazador estruendo del trueno y piedras, montañas y árboles se recubrieron de húmeda melancolía....
domingo, 11 de mayo de 2014
viernes, 9 de mayo de 2014
SOMBRAS
Un ocaso más, de un día más, perfila las sombras del tiempo, sobre la moribunda claridad que precede a la oscuridad sin fin.
lunes, 27 de enero de 2014
VAN Y VIENEN
-Abuelo, por qué las olas vienen y van?
-Te refieres a por qué vienen y van sin descanso?
-Sí. ¿Cómo es que nunca se quedan quietas?
-Las olas son la vida que baña nuestra alma. Las olas nos
golpean y luego se disculpan. Nos traen desgracias y también alegrías. Nos van
desgastando y arrastran nuestros sueños.
-No lo entiendo, abuelo.
-Mira, acuérdate que a veces, cuando venimos a la playa al
atardecer, a pasear por la orilla, tú te diviertes jugando a buscar tesoros que
ha traído el mar. En ocasiones hallas restos de botellas, con las que has de
tener cuidado de no hacerte daño,
papeles y basura, que ensucian la arena, restos de peces, medusas y cangrejos,
con los que te apenas al pensar que están muertos.
-Sí, es muy triste ver todo eso, me hace sentir muy mal.
-Pero, hay otras tardes en que encuentras conchas de mil
colores, de mil formas, e imaginas lo que vas a construir con ellas, un
cohete, un caballo, un castillo…
También encuentras piedras como diamantes, como rubíes, como
esmeraldas, y tú te inventas un tesoro en una isla. Y otras muchas, chapoteas junto a bancos de infinidad
de diminutos pececillos que besan tus pies desnudos, y luego te retan a que los
persigas y te pasas corriendo el resto de la tarde salpicando aquí y allá. Lo
pasas muy bien entonces.
-Es cierto, abuelo. Esas son las mejores tardes. Vuelvo muy
contento a casa.
-Pues la vida es igual. A veces nos trae momentos tristes en
los que nos apenamos, y lloramos y nos enfadamos, y muchas otras nos regala
alegrías, belleza, diversión y bienestar. Las unas complementan a las otras.
Las unas viven gracias a las otras. Las unas
se valoran gracias a la presencia de las otras.
Las olas han de ir y venir, cada día, todos los días. Mientras
el mundo sea mundo.
Es su vida.
Es nuestra vida.
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